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II (2013, 2018, 2020)

LM Hermoza II

Los hermanos con sus primos
los abuelos los padres de familia con sus mujeres de la mano
los tíos los sobrinos y las concubinas
las abuelas con su leche caliente
los hijos los amigos TODOS
es decir todo el mundo conocido o no!
tiene el deber de asistir
el que tenga ojos que lea
y el que tenga boca que difunda

I.


en una nube de pelos blancos bajo el sol rojo de la madrugada mi amiga se cobija y cae directamente en el sueño, al otro lado del mundo, un buey muere en un campo de batalla que no es el suyo, nunca hubo concierto ni rave, nunca frenéticos jóvenes alucinados vinieron salpicando gotas de sudor corrosivo y naranja ni tomaron su autobús para llegar ni se perdieron para volver a encontrarse, no hay palabras que la despierten, al menos en esta boca, hay patatas, tomates y lechuga fresca en la nevera, hay latas de atún, huevos y champiñones en el armario, hongos que crecen en las paredes como palabras de muerto o promesas, lagartijas que han sobrevivido al desierto pero que no sobrevivirán a mi sartén, pienso en mi adolescencia como en un hueso seco, un hombre partido por la mitad yace en una avenida en dirección a las playas del sur, antes de perderlo todo maldijo su suerte y la de su asesino, un poeta ambulante declama frente a sus entrañas una canción que asegura él mismo compuso, con el permiso de todos los presentes, del señor fiscal, del señor agregado y del señor cónsul de un imperio destruido, para ocasiones precisamente como éstas, yo mismo lo escribí YO con estas manos y esta cabeza, y dice así: “el viento refrescaba nuestros rostros pero nuestros corazones ardían en silencio, no había bebida capaz de serenarlos, libamos para darnos valor, mientras esperábamos que el sol despertara nuestros corazones, con los primeros rayos de la mañana saltaríamos a la orilla como una invasión de canguros, las mujeres acometían con lo suyo, remaban para ahorrar nuestras fuerzas y no lo hacían nada mal, sobre el río, nos deslizábamos discretamente, como en casa el agua se abría a nuestro paso, nos dejaba entrar, sentarnos a la mesa, departir con los anfitriones que éramos nosotros mismos, era la primera vez que llegaba tan lejos, y como yo todos, alucinado sonreía como niño para mis adentros, ¿cómo era posible tanta calma acá? vi árboles enormes mecerse como campos de trigo, aves nocturnas resplandecer como rayos y centellas, reptiles alados jugando a ser pterodáctilos, surcando el cielo como pequeñas aves migratorias, vi peces fluorescentes sumergirse aún más adentro, nuestros esclavos lanzarse en pos de su caza, aletear, patalear duro, cada vez más al fondo hasta que el río negro finalmente los tragó, vi anacondas abrazando bufeos, estrellas de río, llenas de ampollas, medusas flotando como mujeres desnudas, renos narigudos que olfateaban nuestro miedo, pero ni una alma, el espíritu del río se levantó y nos acarició con sus cabellos de oro, en la mano derecha la espada del Rey Artus, en la otra nada, la suerte está de nuestro lado –dijo Pedro de Candía, pero Pizarro se adelantó, entre nuestro silencio y los primeros despuntes del alba trazó una línea en el río, ¡recórcholis! –dijo, –por este lado se va a lo conocido, por este otro a lo que no conoce nadie, el que me quiera seguir que lo haga, no había otro lugar a donde ir de todos modos, y permanecimos con él como perros fieles, y como perros fieles saltamos de la barca, rabiosos de espuma en la boca tropezamos, caímos de bruces, de espalda, de poto, una y otra vez hasta que el último de los nuestros llegó a la orilla, era como intentar reunirnos en la niebla espesa, mientras nuestro dueño malputeaba nuestras madres, a tientas luchamos contra el aire, contra fantasmas imaginarios, contra el chico gordo de la clase que la radiación hizo gigante y que, con toda su energía fluorescente, golpea a los más débiles, estábamos ahí TODOS pero ninguno tuvo el valor de decirle que no, nos reagrupamos, éramos el más bello ejército que conocíamos e hicimos lo que teníamos que hacer, fue nuestra primera batalla y nuestra primera victoria…” mi corazón se hizo un puño que le golpeó la cara, no le permití acabar, se atragantó con su sangre y sus dientes, con el humo negro de los coches que no se detuvieron ante él ni ante el difunto, en esta misma avenida, a mis quince años, vine a pararme a esperar el auto que nunca se detuvo, las luces corrían como estrellas, el ruido de los motores era mi rumor del mar, el claxon de los vehículos el canto de mis aves, sentado en un banco tenía todo el aire contaminado para mí, Omar Caurino cantaba antes de morir canciones de Joy Division, lo recuerdo cargando una mochila negra en la que guardaba las Poesías Completamente Apolilladas de Rimbaud, los Textos Íntegramente Amarillentos de Charles Baudelaire: –¿puedes? ¿puedes entender lo que trasmite esta música? –no, mi amigo muerto, no puedo entender cómo el cáncer hizo de tu cuerpo una pústula, el mismo año que Ian Curtis colgaba del techo, mi amigo Omar Caurino moría de un cáncer bomba, estalló, se llevó a un puñado de soldados israelíes consigo, Illyl y Shirel, entre ellos, mis amigas de cabellos largos y oscuros como los caminos de un bosque que recién se pisa, cumplían servicio militar obligatorio, en un control de frontera, y en sus ratos libres tocaban desnudas la armónica frente a sus demás compañeros, he visto las fotos tomadas por el cabo, había humo, alcohol y carcajadas que podían oírse a través de sus dentaduras inmóviles en una habitación llena de municiones y armas, nos conocimos en las aulas plomas de una universidad parisina, sabíamos un puñado de palabras en francés y, armados de nuestras bromas, salíamos a tomar cerveza bajo el cielo húmedo de Montparnasse, una noche les prometí que cruzaríamos juntos el desierto hasta encontrar, detrás del bosque y los peñascos, la playa, levantaríamos nuestra carpa y nos sentaríamos a esperar el diluvio, el sol se encargaría de dorar nuestros cuerpos y el mar de proveernos de alimento y sal, ellas cumplieron la promesa y se fueron, se largaron de un momento a otro, un mensaje en el móvil fue todo lo que me dejaron, recostado en mi cama, al otro lado del bosque, mi gata se revuelca sobre mi pecho, ronronea y, a cabezazos, me hace recordar que mi mano no debe estar más que en su espalda, los caballos relinchan en la mañana fría, danzan apoyados en sus dos patas traseras y agitan sus barrigas llenas de hierba, de sus fosas nasales sale humo y sus ojos son dos enanas blancas, los caballos son grises y peludos, corren por la estepa húngara y hacen temblar la tierra, cada cierto tiempo me levanto a detener el reloj que quiere despertarme, es decir, cada cinco minutos, mi mano busca a tientas ese pequeño animal negro, esta mañana o medio día, da igual, antes de ir al trabajo o no, transcribí lo que mi mente no recordaba… epílogo: lo que no se escuchó del texto del mendigo o poeta ambulante que aprovechó una muerte para leer su poema …el primer poblado que encontramos era un puñado de cabañas agrupadas al rededor de una fogata extinta, no eran indios ni cristianos, pero tenían dos brazos y dos piernas y caminaban erguidos como nosotros, saltamos sobre ellos como canguros, pisoteamos sus casuchas, sus niños, sus vientres, sus cabezas, nuestras dagas se introdujeron en sus cuerpos como en sacos de patatas, no les dimos tiempo a reaccionar, sólo el necesario para comprender que esa mañana morirían, ¡alalau! nuestras armas apagaron sus gritos, mujeres abrazadas de sus niños fueron atravesadas por nuestras lanzas, los ancianos esperaron la muerte en sus mecedoras, les cortamos las cabelleras, los dedos, les arrancamos los ojos, luego eyaculamos dentro de las jóvenes antes de abrirles el pescuezo, los hombres que no nos hicieron frente fueron ejecutados detrás de la colina, lo entregamos todo a la destrucción, no dejamos piedra sobre piedra, madera sobre madera, cuerpo sobre cuerpo, olla que pareciese olla, silla, mesa, sillón entero, cuerpo con entrañas, brazo con mano, burro o caballo con vida, gallina, gallo, cerdo, cuy, nada que se pareciese a algo, al medio día habíamos acabado e intentamos dormir la siesta, en medio del olor a sangre seca o en proceso nuestros ronquidos se fueron apagando, mientras las mujeres limpiaban con escobas, la sangre siguió su camino, los muñones de cabellos que flotaban, los dientes y las uñas, con el río llevarían nuestro mensaje a quien lo quisiese leer, entonces Pizarro tuvo un sueño que nos relató cuando venció la vergüenza, éramos lo más parecido a una familia que tenía en este continente o lo que quedaba de él, que era más, que siempre fue más de lo que queda ahora, era de noche y habíamos encendido una gran fogata con todo lo que se podía quemar: –había cuervos y mandriles –dijo, –y se atacaban y una manada de búfalos levantaba una tormenta de polvo en el horizonte, pero no venían hacia nosotros, huían o parecían huir y como ellos todos los seres vivos migraban, había seres extraños de las más diversas formas, unos caminaban en dos patas, en cuatro, en cinco, en tres, no miraban a ningún lado, huían simplemente, seguían la zanahoria que tenían frente a las narices, a paso rápido no corriendo, tenían claro su destino y su fin, y yo los envidiaba, pero cerca, a mis pies, en mis narices la batalla seguía su rumbo, los mandriles se comían a los cuervos, los cuervos se comían a los mandriles, uno tras otro luchaban y era lo que acontecía, yo sentía piedad, pero no sabría decir por cuál de los dos bandos ¿quién sabe lo que esto significa? a la mañana siguiente, recogimos nuestras bolsas, volvimos a llenar las mochilas con nuestras pertenencias, nuestras cantimploras con agua y vino, estábamos todos, aún estábamos todos


En proceso...
En proceso...
II.


¿a dónde va esa gente que grita, levanta el brazo y aprieta un poco de aire en el puño? la carretera cruza el pueblo pero no conduce a ningún lado, ¿a dónde va esa mujer con su bala en la frente y la foto de su hijo en la cartera? ¿a dónde va ese padre de familia con la correa en el cuello? niños con muletas y harapos, niños que perdisteis la pierna en un encuentro o jugando al ratón, niños que os dejasteis las uñas, los dientes, niños de barrigas anchas, redondas y explosivas, ¿a dónde vais a perderos en el desierto? hombres de lenguas incomprensibles, bífidas, llenas de odio que os arrancáis los cabellos para luego golpearos en la cabeza con vuestras propias palmas, hombres de los hijos moribundos y mujeres infieles, hombres de las amantes colgadas del ropero, hombres que bebéis de las aguas mansas de esta tierra cuando cae la noche y os cobijáis en sus camas blancas, hombres que los domingos prendéis la barbacoa, ¿a dónde vais por el sendero del que nadie regresa? todos con el mismo grito en la boca, todos como si fueran uno sólo, una larga diplópoda de mil pies sin aparato inoculador de veneno que segrega sustancias químicas irritantes y pestilentes, todos a perderos en la memoria del pescado, primero entró la orquesta con su bombo, su flauta y su violín, el resto cayó en seguida como lluvia de invierno que congela las manos, las narices y el aire azul de nuestros pulmones, pero que, por sobre todo, no deja oír nada ¿dónde la batalla? ¿dónde los combatientes muertos? en un tronar de dedos lo habían ocupado todo y no se podía ni ir al mercado a comprar los ingredientes del menú, ni cruzar la pista sin ser arrastrado por siempre jamás, hasta nunca o hasta no sé cuándo, madre, que también fuiste hija y amante, que temblaste de sudor bajo tu hombre que el tiempo te obliga a no olvidar, que arremetió incontables veces en tu contra porque a la décima ya no te quedaban dedos ¿qué haces con tus amigas borrachas con tu puño levantado como en una procesión de antorchas? no hay bruja que quemar ni en este pueblo ni en el otro que está al final del camino, se interna en el desierto entre las estribaciones ocres que se pierden como espejismos, según relataron los que antes de no volver partieron, no hay bruja pero abundan los poetas, todos con una P muy grande en la frente, un puñado de poetas que juntos conforman una gran tortilla, por lo demás, trabajan, se ponen su uniforme que es cualquier cosa, van a su oficina, a su obra, a su boutique, pero hoy es imposible ¿qué hace ese hombre quemando esos papeles? ¿qué hace ese hombre quemando ese muñeco? ¿qué hace ese hombre quemando ese trozo de tela? ¿ese uniforme escolar con su estudiante dentro? ¿qué hacen todos esos don nadies disfrazados, gritando una y otra vez sus palabras extrañas, incidesfrbls?


En proceso...
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III.


tengo que escribir una novela, dos poemarios, una obra de teatro y un zine que distribuiré en bares, centros culturales y librerías independientes, todo eso esta tarde, después de las campanadas de las cuatro, el cura dormirá la siesta y todo el pueblo sucumbirá en el sueño, cuatro niñas rubias se adelantan, sonríen con sus calzones de colores y sus labios rosados, sus colmillos de plata sueltan sustancias viscosas que brillan con el sol y nublan la vista, iban cogidas de la mano y cogidas de la mano saltaron hacia mi ventana, un policía toca mi puerta, no había pasado ni quince minutos, trae una botella de vino que agita como bandera de un país en ruinas, en su bolsillo una cajetilla de Marlboro que es su estrella de sherif, la noche caía y yo caía tres veces, dejé desperdigados trozos de mi cara y un pedazo de mi nariz por La Rambla, donde no pasa nada ni nadie, hay esqueletos en La Rambla colgados de los árboles como frutos de la Nueva Era, esa noche decidí irme, pese a todo mi novia me dijo je ne te quitterai jamais, duermo todo el día y luego salgo, en el andén del metro la gente que cruzo mira qué llevo en la mano, que sea mía o no la mano parece no importarle a nadie, la policía pone multas bajo la lluvia, pide refuerzos con los micrófonos adheridos a sus uniformes, se escuchan como el rumor de un eco que baja de la montaña, en un par de horas todo este barrio estará en llamas, de noche arderán músicos ambulantes, hippies, saltimbanquis, músicos peruanos de pelos largos y plumas, negros que bailan hip-hop frente a sus amplificadores, gitanos que caminaron por años para llegar a esta plaza, en una gran montaña de cuerpos desnudos bajo el monumento de Saint-Michel, los turistas se irán corriendo a sus hoteles, japoneses, americanos, alemanes emocionados, contarán de regreso a casa el susto que pasaron y las imágenes horrendas que vieron, emociones por las que vale la pena contratar el circuito Todo Incluido, sin embargo, antes está el cordón policial, mi ex-novia se ha puesto tetas, me reveló que había cumplido uno de sus sueños, toda una vida soñando con unas tetas ni muy grandes ni muy pequeñas que se pudo pagar a los treinta años, se alegró cuando le dije que cumplir los sueños era lo mejor de la vida, en verdad lo creo pero no se me ocurrió otra cosa, póngale límite a mis fantasías fue lo que le dijo a su médico, y lo que me relató, antes de que introdujera en su planísimo pecho antiguo sus navajas, no la he visto, no puedo valorar su trabajo, me contó todo esto virtualmente, yo me sumerjo en los recuerdos que arden y huelen a azufre, vino a hablarme mi abuela, mi abuela que no veo hace décadas vino, abrió la puerta y se sentó en mi sueño como no lo hacía desde mi adolescencia, yo estaba haciendo cualquier cosa, probablemente intentaba escribir en un ordenador lleno de pornografía, me dijo que sufría y que me echaba de menos, que había algo que no la dejaba vivir en paz ni morir, tomé el primer avión que se estrelló en la cordillera, no cayó en el mar, no cayó en la jungla, esquivó las guerras que se libran actualmente, caían cristianos del cielo, musulmanes del cielo, chamanes con hartas dosis de ayahuasca, budistas llenos de ladillas, miembros irreconocibles de profetas callejeros caían como ángeles furiosos, y nosotros con ellos, al golpear el suelo dejaríamos nuestro pequeño cráter, pobladores de diversos países levantaron sus cabezas, narcoterroristas, djs, profesores de colegios y universidades, dueños de empresas con vista al mar, gordos congresistas mal afeitados, choferes de taxi, delicados poetas bisexuales, médicos, deportistas y amas de casa, publicistas, sicarios, sindicalistas, secretarias de exportación, funcionarios públicos, enajenados coleccionistas de vinilos, mendigos, salvajes amerindios, prostitutas en día de descanso, marchantes de arte, en su último pic-nic de domingo al otro lado del río, sobre sus mantas de franela lo que se iban a comer, beber y fumar, no obstante, lo peor de todo, era el sol, es decir, HABÍA SOL y todo se tenía que acabar así de pronto, levantaron sus brazos antes de que aplastásemos sus cabezas, en mi casa mi loro no canta, mi perra no ladra, mi gata no estruja su espalda contra mis piernas, los gusanos esperan, las hormigas no trabajan, los mosquitos no pican, los amigos beben zumo de naranja, afuera, un puñado de groupies espera a escondidas, uno de mis poemas les dio en el corazón y quieren conocerme, otro les dio en el sexo, recorre las callejuelas oscuras de sus entrañas y se refugia en sus casuchas húmedas, ahí arderá hasta hacerse polvo, mi amiga entra como una luz violenta que ciega saltando como un pequeño cordero trasquilado, trae sus aromas dentro de un bizcocho, carga la sabiduría de un pueblo que es el suyo, su aliento es tibio como el de un hombre con moustache: –cada segundo que pasa es uno menos, mi pequeño Rey de la Nada, desde que te conocí, la tarde en que me llevaste de la mano a tu cabaña, no hago otra cosa que recordarte, incluso cuando estoy a tu lado, por ti dejé mi patria, a ti te ofrecí mi corazón, mi lengua, mis canciones, mi nombre me lo diste tú –es emo, le gusta hablar de esta forma, la conocí una noche en la taquilla de un cinema, abandonó su pueblo de quinientos habitantes a pie, luego en autobús, luego en diversos automóviles hasta llegar a Ciudad de México, tenía catorce años, y salió con quince dólares en el bolsillo a escribir su novela de aprendizaje y crecimiento que dice culminó, una tarde, después de hacer el amor como culebras, estuvo a punto de contarme los secretos mejor guardados de su aventura, es decir, las desventuras de su viaje que duró seis meses, pero sentí lástima y no la dejé continuar, dice que es feliz que tiene un amado que la espera en su patria, que volverá a irse como lagartija en el desierto, moviendo las caderas y agitando los brazos como loca, que la muerte le llegará en una carretera, que no será jueves y no caerá lluvia, este año, he empezado un viaje con mi amigo Laurent, del que ya nos estamos olvidando, tenemos todo lo necesario y nos estamos quedando sin nada, hicimos promesas que estamos cumpliendo, nunca fueron demasiado grandes ni importantes ni difíciles ni como las habíamos imaginado, bajo la sombra de un ficus el sueño nos vence, un viento tibio del este mece los campos de trigo que empiezan y se pierden en nuestra vista como olas del Mediterráneo, una pareja de jóvenes ingleses los atraviesa en una Vespa, ríen, sus dientes cuidados y blancos insinúan una vida amable y equilibrada alimentación, sus cabellos dorados parecen los ríos de una amazonía en llamas, no notan nuestra presencia ni la del Rey Artus y todos sus caballeros famélicos que los siguen, corren tras de ellos como en las danzas macabras que sólo he visto en el cine, en frescos y en enciclopedias de historia medieval


En proceso...
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IV.


en la pantalla de mi ordenador, tres adolescentes se disponen a desnudarse, tienen entre once y trece años y van a una escuela de New Auckland, todo esto lo sé porque he seguido la conversación que entablan con el mundo desde que la casualidad me hizo toparme con ellas, el mundo somos veintisiete individuos, la mayoría, como yo, anónimos y silenciosos, otros sin embargo seres de carne y hueso, adolescentes semidesnudos que además muestran sus caras y que esperan, con su inglés lleno de jerga, alentarlas hasta que nada las cubra, ellas responden al nick xxlovefallingyouxx y yo les creo, morado, el presidente, su mano impecable en alto está jurando por Dios, los seres vivos, los muertos que tuvimos y tendremos, su mentón como una melodía afilada frente a una ventana que da al río, las aguas corren lentas por el río, al final de la tarde el sol se refleja como un ojo de fuego que las entibia, pero es mentira, afuera hace un frío de inicios de primavera y el agua que baja recoge toda la severidad de las cumbres, Morgane toma café o té frente a otra ventana, tiene veintidós años y cuando no está de vacaciones va a la universidad de Aix-en-Provence, todos los jóvenes de la región dejan sus ciudades y pueblos para estudiar en Aix-en-Provence, se aburren, follan, y se vuelven a aburrir, se emborrachan, y ni bien pueden huyen, las chicas a países tropicales donde reposar los senos, los chicos a la gran ciudad que los espera con sus piernas abiertas que huelen a cloaca, todos nos internamos en las ciudades y como niños ahí crecemos y volvemos a crecer, hoy desenfundé un disco de Cocteau Twins y me acordé de mis amigos de la infancia, las naves que montábamos eran caballos que iluminaban la avenida polvorienta, había planetas sin nombre, habitantes sin alguna cosa, personajes que nunca antes habíamos visto y nunca más volveríamos a ver, algunos, de nosotros, se perdieron, es decir no regresaron, entre las selvas que saltaban de las esquinas como olas del pantano, troncos, moho y un carbunclo es lo que pudimos recuperar de ellos y lo que mostramos a sus familias como prueba, al acabar la tarde, nuestras madres o niñeras gritaban nuestros nombres desde la boca del pozo, sonrientes y pintadas parecían todas un eclipse, he escuchado cientos de veces Pandora, antes de dormir y al levantarme, cuando mi madre asomaba la cabeza para comprobar si aún dormía Arturo o no, cuando venía Grieg, Liszt y sus amigos compositores de nombres monosilábicos a beber y danzar, los he visto sacar la cabeza por las escotillas y vomitar, los he visto pegar gritos que rasgaban tímpanos, los he visto hablar con demonios que solo existían en sus cabezas, retozar en el lodo, destrozar cintas de los grupos que odiaban, los he visto reducir perros, robar libros, hacer rugir guitarras eléctricas, mear en los árboles de las casas que alojaban la fiesta, asesinar, desatar su odio, jugar a la pelota con una cabeza Maya, los he visto integrar sectas, copular, chatear, cantar boleros, partir por las vías del tren con una mochila en los hombros, crear una gran mentira que de decirla tanto terminaban creyendo, me siento orgulloso de ellos y de todo lo que hicimos y dejamos de hacer, también me siento orgulloso de estas tres chicas que muestran la vorágine de sus sexos y convierten la penumbra de nuestras habitaciones en un pequeño caos fluvial, la gente se lanza de las embarcaciones abandonando sus objetos personales que tragará el río, ellas siguen las indicaciones de un individuo, el más simpático de todos, que porta una máscara anti-gas, de alguna manera, me hacen pensar en los pequeños monstruos con los que me crucé cuando niño, con los que fui creciendo, un día me dejaron, un día decidieron no quedarse, pero cuando vuelven a rendirme una visita no queda cabeza que se parezca a algo, mi psicólogo me cuenta historias de terror, mi psiquiatra me receta pastillas de colores, mi psicoanalista me quiere cobrar 90 euros la hora, mi jefe dice que debo producir más, los caballos pastan en la jungla seca, las culebras buscan pareja entre los matorrales que prenden fuego, el agua se fue huyendo del ganado y el ganado no sabe qué hacer


En proceso...
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V.


una mañana descubrí algo nuevo en mi cara, en la punta de mi nariz había un punto dorado, resplandecía como un pequeño sol sobre una gran montaña, que derrite la nieve y la convierte en río donde sólo los peces escamas de bronce sobreviven, osos, zorros y marmotas acometían con sus acciones cotidianas que les demandaban sus respectivas supervivencias, era un sol de inicios de primavera, no me preocupé, salí a la calle, saludé a mi amigo el cojo que vende suerte, al jorobado que vende fruta, al tuerto que vende almas, juntos parecían una banda de rock en busca de bajista, pero esta vez los saludé por separado, de camino a la estación cayó una tormenta en la que desde luego no traía paraguas, así que me empapé bajo el toldo de un comercio abandonado, que tampoco resistió la violencia del agua ni de su amigo el viento que lo arrancaron de cuajo y volando se lo llevaron hasta otra península, por un momento la gente corrió despavorida a refugiarse bajo lo que fuera, un sombrero sin copa, un poste sin electricidad, la entrepierna peluda de una madre que además es callejera sin calle ni paseantes, sin esquina ni Pedro, la barriga llena sin corazón contento que asomaba de la fiesta de la niña-medio-adulta, chambelán y un río rosado se deslizaban por debajo de la puerta, todos desaparecieron y no vi ni un alma, los imaginé bien protegidos y cobijados, durmiendo otro sueño, de noche desperté, el pequeño día continuaba ahí como zanahoria que cuelga, resplandeciendo en mi nariz sin vergüenza, yo continué mi camino entre las calles inundadas, abandonadas y malolientes de las ciudades, Lima, Barcelona, París, Budapest, que en su momento dieron a más de uno en el pecho como un flechazo que desangra hasta la última gota pero que ahora no son más que nombres en el mapa confuso de cualquier memoria, yo juraría, LO JURO, juraría que las vi incendiarse bajo una batalla que no era otra cosa que lluvia de fuego que caía una tarde en plena hora de la cena de un día tan festivo como familiar, el pavo, el cerdo, la lechuga, el cuy, el puré de manzana, lo que fuese que conformase el bolo alimenticio del momento se atragantó ante nuestra sorpresa, la ceniza y el desierto se los llevó el viento, la palabra y el grito los arrastró el agua, escuché a una señora decir qué bello es el olor a tierra mojada por la lluvia, a un señor pedir vino y, entre gritos, reclamarle al camarero que no le había traído el pan, su acento era de otro mundo, y así fue, se fue tras su último cigarrillo como un parpadeo sin dejar propina, en el parque, niñas y niños de colores discutían por tocar mi bola, yo les dejaba hacer frente a las sonrisas complacidas de sus padres infieles y despreocupados, así se me pasó la tarde, entre el pasto y las caricias de los niños, babeé, a la mañana siguiente, el pequeño sol ya no lo era tanto pero en mi nariz continuaba, bajo él corrían búfalos y caballos salvajes de cuyas bocas salía fuego, corrían para aplacarlo en las aguas tibias del río donde todas las especies confluyen, había ciervos y zebras, zorros y avestruces, bisontes, jirafas y leones, cocodrilos y todo lo que pudiese perder la cabeza de un mordisco y que viviese a cincuenta kilómetros a la redonda, con mi sabana caliente pegada a mi nariz salí a buscar comida al pueblo, esa noche dormí, con las puertas y ventanas abiertas, el viento me leyó libros antiguos, me acarició con sus yemas antes de introducírmelas, el médico me dijo que se trataba de un cáncer que había hecho metástasis, me dio cuatro semanas de vida, una por cada sinfonía de Bhrams


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VI.


habla el abuelo: –el jazz ha muerto, Charlie Parker ha muerto, le decían The Bird, el pájaro, que quiere decir el ave, y no porque volase ni tocase bonito sino porque su saxo tenía plumas –¿qué es un sassho, abuelo? –Louis Amstrong también ha muerto y ya nadie habla otra lengua que la nuestra en esta isla, nuestra isla, la única que nos interesa de todos modos, a éste le decían Satchmo y también murió tan gordo como en otro cuento, Satchmo con su voz sangraaaaba toda reunión que se apreciara de amigos universitarios borrachos, fumados, alucinados por los doscientos cantos interpretados por ellos mismos, por el puñado de poemas decadentistas leídos una y otra vez y las novelas descatalogadas, apolilladas, cuyo olor golpeaba directo al cerebro y qué cerebros, todos perdidos ¿uniberxitariooos?... viejo demente, calla, viejo dientes marrones y olor oveja, el viento viene y mece tu cama con tu dinero dentro, agita tus cortinas como olas del océano atlántico, levanta el polvo que espera, las moscas que esperan, que giran bajo el sol que no respeta ventana como hojas secas en el rincón de la entrada principal que la abuela muerta hace tiempo no barre, te pertenecen abuelo, te pertenecen: –tenía un disco del Rey Azul y por mi madre todo el mundo se quedaba en silencio cuando sonaba –el viejo sonreía frente a la fogata que existía sólo en su pensamiento –el conchudo de Freddie con sus gángsters de colores eran los que no invitábamos pero siempre llegaban, tocaban el timbre y se instalaban en medio de la sala como en su propia casa con todo el hambre y la sed que podía caber en sus barrigas y puedo asegurar que era mucha, pero por la puta Velvet Underground juro que todo dejó de existir, el éxtasis, las drogas, los poemas, ¿dónde estás ahora beat generation? –y el viejo soltó una carcajada –el amor, el cuerpo, la vela se consume, el pelo, el miserable oído se apaga, y yo hablo porque tengo garganta y aún me quedan dientes y porque, aunque no los vi nunca en acción, sí tuve sus discos, entre el polvo y los quinientos años que tardó la tierra en degradarlos, tarda pero también llega, en llevarse la memoria a la mierda, todo el mundo les creyó, por el puto Jimi Hendrix Experience ¡lo juro! no sé si fue la marea o el terremoto, los doscientos gramos que llegaron al corazón sin intermediarios ni escalas, no sé si fue la nube tóxica rosada que amenazó una noche y como amenazó vino, llegó a la mañana siguiente soltando sus rayos celestes y dorados, era tan bella que en medio del Kaos su belleza puso calma y los niños no pudieron resistir la tentación de escaparse por sus ventanas, de abrir las puertas y correr a montarse en sus triciclos, pedalear hacia ella por última vez en la vida, The Dave Brubeck Quartet de fondo y todo se fue a la mierda Time Out, mi pequeño, Time Out, Kaput, C'est fini! ni yo lo sé ni tú lo sabrás nunca, y se le da por ser Iggy Pop al abuelo, David Bowie, Héctor Lavoe, el darky que organiza una fiesta para darkies, pero que no tiene local ni entradas ni compinches para el pogo, cerrará su tienda de discos piratas, de cassettes de conciertos que asegura él mismo grabó –¡por el puto Sid Vicious! ¡a la bancarrota! el viento apesta a enemigos que no tiene, que no le quedan pero que amenazan, son sus sueños que se embarcan de noche en el galeón fantasma que aseguran no volver pero que, a la mañana siguiente, ahí están de nuevo: el tuerto, el pelucón pata de palo, Robert Smith y su banda militar del siglo XIX, el Capitán Garfio con su garfio, desde luego, su loro y Peter Pan con su adolescente en calzoncillos al costado, lo mantiene y lo deja vivir en su casa, le compra zapatillas de marca nike, adidas, le coq sportif y cualquier cosa que se ponga de moda, todos bajo el manto de la araña que los corroe lentamente a escondidas, tan lentamente que el abuelo no duerme, no puede ni podrá, a continuación, frente a su ventana, el viejo se deja caer sobre la mecedora, el sol le da de lleno en la cara y lo ciega, otra vez entre las bestias, querido abuelo, pero esta vez tampoco te vas


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VII.


vine de la cima de abajo, bajé con mis dos nervios como rodillas, vine cascabel en manos blancas, uñas rojas nacaradas, de la isla tropical que flota en el océano, hombres se pierden entre sus ramas, es decir, no regresan de su jungla, saltan como conejos al sombrero del Mago que descansa sobre el micro-ondas, uno le cortará la cabeza a su mujer otro sacará un intestino de su garganta, el río corre dócil por donde tiene que correr, dobla en Faubourg de l’Arche, donde familias de tres patas sacan sus perros al mediodía, padres sus hijos a jugar pelota, madres sus uniformes de enfermera, el parque es la falda de mi montaña, el tranvía corta el paté en dos, desde el mirador, mi pueblo puede contemplar cómo el sol pisa la aguja, carbonero queme su carbón, vendedor venda su producto, horizonte parpadee mi pupila y pártase en dos con un rayo ¡por Dios que hacía falta! gaviotas, helicópteros, aviones y patos salvajes peinaban el sol un 14 de julio, día de las barrigas que hacen saltar botones, día de las hermanas y las cuentas del teléfono, día de los días sin mediodía, precisamente ese día salí o vine o llegando estuve, bajaba escuchando la melodía, un pastor evangélico con bastón de roble y prótesis metálica en la cadera, que era mi abuelo, agitaba nombres de gente que nunca me presentó, yo pensaba en mis amigos y sus consejos grandes, amarillos, sebosos en cada dedo, que me dieron antes de partir, llenaron mi cuaderno con mensajes y dibujos que me entregaron como regalo, los hay chistosos, los hay más severos pero todos en absoluto pretenden ser sabios, vine, el camino fresco como una fuente descubre un bosque hasta entonces nunca visto, le cuelga una catarata como collar en cuello que al caer la tarde se convierte en lluvia: –un día omitido se hundió mi barco con sus 50 esclavos, los ahorros de toda una vida precipitados a la Garganta de la Tierra, el capitán se fue volando a otra tormenta, los marineros se buscaron otro mástil, sólo lo que tenía alas se salvó aunque, desde luego, ningún albatros, mi familia hasta ahora carga la maldición que los encadenados lanzaron de sus bocas rugosas, pero, y te preguntarás, mi querido amigo, ¿qué hacían 50 esclavos en ese barco que no aguantó el primer golpe de agua? la respuesta te pertenece y para ello tienes que buscarla, la ola infinita va y viene entre mis dedos, el mar a lo lejos canta otra canción, no es lo mismo una lluvia en la costa que en su entrepierna de arena, algas, moluscos y crustáceos hacen pensar en un mundo que no se conoce todavía, escupen tinta, portan colores primigenios, generan luz sin necesidad de frotar ramas, se disfrazan de cosas que nunca nadie ha visto ni verá siquiera: –estarás perdido cuando sientas que la arena se te va como la vida, tendrás alrededor de mis años y la oportunidad de atreverte a hacer lo que no harás nunca, vine: –pon tu oído en el agujero de la tierra ¡pero antes saca el dedo!, a lo lejos la hiena sin mitad de cara que el león digiere gritará tu nombre en una carcajada, la muerte le prepara una sopa, cebolla, uñas de murciélago, ojos de niño albino, polvo de cementerio y un kilo de caca de rata, es lo que tendrás que conseguir, cuando el avión despegó, Valeria y mi padre se abrazaron, lloraron juntos como familiares en el último día de descanso, nadie les dijo adiós con la mano, porque desde que mataron a los Cyborgs Five, en un atentado con coche bomba, quedó prohibido terminantemente salir al patio a recibir a nadie, y eso incluía despedir: –pero ¿dónde encuentro un kilo de caca de rata? –yo no sé, pequeño saltamontes, yo te dije que te curaría, el resto lo haces tú, y lo curó: –si vienes a Londres, tendrás que pelear con todos los españoles que trabajan en McDonals –yo no le tengo miedo a los españoles –yo le tengo miedo a todo –ya he peleado con españoles y catalanes, y tienen el mismo tumor –cuando vino el peludito y su mujer no duraron ni seis meses, los ingleses los subvaloraron como a zapatillas boquiabiertas –¡hay que pagar derecho de piso! –¡ya estoy harto de pagar derecho de piso! –¿cuándo lo pagaste tú? tuve amigos catalanes y los perdí, aunque una época, en que todos me preguntaban si los tenía, yo, gallito de las rocas, negro pero de corazón rojo, sacaba pecho y respondía sí: Alicia, Valeria (la homónima), Albert, Jordi, Montse, Laia, Loïc, este era mallorquín, pero al resto le importaba un completo carajo, había que quemar al poeta cabeza de tortilla y nadie más levantó la mano, ni el dedo, perros vagabundos acechaban detrás de los estantes o bajo el mueble de la tele, bajo un techo que la lluvia y el sol abrían, bajo la nube de polvo de una calle sin asfaltar, había también un francés que leía poemas en su lengua, levantaba el mentón y cogía el libro, sobre la mesa olvidábamos el alcohol y nuestros sentidos se afilaban, él sonreía como gato en celo tras el punto final y era blanco y rubio y provenía de Lille, él y yo nos acostamos y también la dueña de la fiesta, aunque después de veinte minutos, el francés salió corriendo a vomitar al baño y de allí no despegó, lo volvería a hacer, volvería a ir a la fiesta a follarme a mi amiga que no quería ser más mi amante porque había encontrado un novio en una discoteca, tarda pero también llega, tan catalán como ella pero, además, gigante, la conquistó hablándole de cine negro americano de los 30 ¿o 40? ¡en una discoteca! y ella llevaba 6 meses que no veía otra cosa, todos los días abría un DVD alquilado e introducía el disco en la ranura de su ordenador, como un regalo aparecía una película en blanco y negro: –tanta casualidad no podía ser posible, ¿cómo puede ser posible tanta casualidad? ¡en una discoteca de la Plaza Real! ¡entre una canción de Britney Spears y Kurt Cobain, antes de la balada! y no lo fue, por eso lo llevó a su casa e introdujo su pene inmenso en su trasero, lo noté, hay cosas que no se pueden tapar con un dedo, frente al Jardín Botánico, ella me lo relató todo con una seguridad inquietante para mí y, al finalizar, me dio un beso « de totas es Namaier sobeirana de quan mars et terra clau », juró, o supuso, que no tendríamos más tiempo para esas cosas ya que mi novia era su mejor amiga y: –¡un año en la sombra es demasiado para cualquiera! pero en la Noche de San Juan la acompañé al baño, la mía y el suyo esperaban en la playa junto a un grupo de poetas universitarios de pacotilla que reventaban petardos y juraban y rejuraban que editarían una revista, la locura nos llevó lejos, fuimos la flor salvaje que en la arena ninguna bestia traga: –busca el símbolo y olvídate del resto, ¡tenemos que mandar al simio a otra galaxia! –¡al cielo! –las niñas lindas nunca querrán ser monas y… tú buscas niñas lindas, ¿no es así? –así es, cuando volvimos ella se desnudó de nuevo y se lanzó al mar, el símbolo es un dibujo que parece el ojo de una cerradura o un nuevo amanecer: –tiene que haber un círculo y una cruz, que juntos contendrán el infinito –hay que hablar con el maestro de los símbolos, Diego crea tierra con su orina, se tira pedos en las fiestas y no respeta ni a las venezolanas rostro Miss Universo que buscan marido con pasaporte francés: –hablar hemos –¿has metido tu cabeza en el agua? –sí –¿has logrado escuchar algo? –sí, nadie me creyó, todos rieron apelando a mi sentido del humor juzgado impredecible y a que le pregunté a Mondoñedo, profesor de fonética, si alguna vez se había metido en una piscina, el resto, es decir, la clase en pleno imaginó una bola de grasa a la que el agua le huye con gorro elástico, gafas protectoras y slip: –Zoe busca marido pero tendrás que tragarte sus ataques de epilepsia, se mea, se golpea contra los muros y las losetas, se rompe la quijada cuando revienta contra el suelo, se traga la lengua, es horrible –Zoe es linda, recuerdo exactamente lo que iba a decir: vine de la montaña, que es la cima de esta isla, no hay volcán en la Isla del Carbonero, por eso si metes tu dedo no tocas el fondo, si posas tu oído no escuchas nada, la hiena descansa la siesta después de su sopa, las ratas hicieron su deber, yo le creí porque es verdad y además hablaba bonito, 15 años después mi camino de barro negro cortaba la colina en dos, luego un valle y luego otro horizonte, bajando con mi nube de ceniza en la cabeza, sin nada que se hubiese movido por sí mismo los últimos 200 km me encontré con Valeria (la primera) en la Plaza del Trip, viajamos, pero no llegamos a ningún lado más que al portal de la casa que la alojaba, no sé si ella quería algo más, aunque es bastante probable y hasta un poco obvio, pero me di la vuelta sin decirle adiós otra vez, Carlos colgó una foto de una virgen con 6 senos, tal como la había imaginado yo años atrás, tenía un par de pequeños Cristos siameses entre sus brazos y seis querubines regordetes a sus pies que miraban con envidia, de la mala, Cebolla corría a un lado armado hasta los dientes, pero no me saludó ni me perdonará: –la soledad y el silencio fueron los causantes, no debe preocuparse más de lo necesario –¿cuánto es eso? –hable con mi secretaria, tras los escombros, hay piedra sobre piedra, edificios art decó venidos a menos o abajo, Werkbund, Arts and crafts desperdigados por el suelo como pelos, l'Arc de Triomphe de cabeza, cueva de reptiles, el Empire State Building and Rockefeller Center con su agujero en el pecho descansa la cabeza sobre el vientre de una madre, bloques de hormigón, de acero fundido high-tech, fundamentales ambos para el curso de la historia, vi también nubes de colores que alegraban la mañana, el sol entre ellas arrastraba su trenzas rojas por el suelo, toda la tarde tardó, desde su medio día hasta el final, frente a la estación de autobuses, su danza nos cayó la boca, ¡y eran las 5 y 30! y nos fuimos secando de a poquitos, es decir, yo y los otros, que eran los menos pero podían engañar, ogros con uniformes de gala, turistas con un mapa de la ciudad en las manos que salieron al bosque a buscar… algo y encontraron sólo un mango, es el sol, para ellos es el sol, yo no pienso contradecirles


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VIII.


un puñado de hilos de bronce, un par de canicas de vidrio y una sonrisa de plátano es lo que hay dentro de la caja, nunca llegué a tiempo para rasgar su papel ni el mío ni tampoco hizo falta, que me perdone mi amigo Martin Bijl, de quien no sé más que murió escuchando Schönberg y pariendo otro blanco, rubio y además niño que nació bebé, hacía intercambios de flauta traversa por guitarra clásica en Barcelona y era licenciado en Historia de las Religiones, acabó dando clases de informática en la Universidad de Fribourg porque le daba paz y además trabajo, un día me contó, poco antes de dejarnos con un rubio menos en la ciudad de los oscuros, que temía por su vida: 27 años y sin nada arreglado, lo que se puede considerar un fracaso en algunos lugares, entre ellos el suyo, su país del árbol que en otoño se pone amarillo, en invierno se pela, en primavera da fruto y en verano se quema, su pavor a volver salía de sus pies de dedos largos, era un humo que invadía toda la habitación, lo ayudé a entregar su piano vendido al mejor postor que le dio la mitad de lo que suponía que ya era la mitad, él cargó con un ojo morado sobre su cara blanca hasta la puerta que su padre, pastor protestante, que nunca le habló de sexo ni lo tuvo al menos con su madre abrió, The Love Unlimited Orchestra en el rondó del amor que él no vio porque, maldita sea, estaba lejos y porque, cuando llegué a donde yo quería sin saberlo y golpee la puerta sin saberlo, Martin colgaba de un telescopio, no tuvo tiempo a darse cuenta, es decir, a escuchar que no había Goréki ni nazi ni quemado ni tanque que tocase el bombo ni interrogador con su triángulo ni Argerich con sus dedos de navaja listos para coser a golpes las paredes, nada que se pareciese a algo que me hubiese contado o sugerido con sus dedos sebosos las veces que tomamos té, era el gordo negro con su barba y su traje amarillo, sólo el gordo negro quien dictó qué tenía que suceder, su sonrisa blanca resplandecía como otro camino que me dejó cruzar porque mi familia en pleno era la que bailaba apretada a las tres de la mañana la última balada antes de encender las luces, las ventanas abiertas y los vecinos mirando del otro lado, hombres de la noche que fumaban y lo apuntaban todo en sus memorias con anemia, hombres que además eran anfibios que volaban, salió la tía gorda moviendo su culo cubierto por falda negra desde las caderas hasta los talones, de la cintura para arriba era toda ella una fuente que cargaba su olla, no sé qué vaya a salir de este poema, pero voy a contar lo que vi después de beber la sopa: el horizonte se abrió como una croqueta mostrando sus entrañas que eran otro horizonte igual pero distinto, ahí flotaba Réka sobre un campo de trigo, dormía empapada de sudor y sus gotas alimentaban la tierra, 20 respiraciones por minuto, 60 pulsaciones por minuto, 01 gota de sudor por minuto, el doctor se fue tranquilo con su tesis bajo el brazo que leyó a los enfermos de su clínica, Réka cruzó una mañana el vallado de una tierra que no le pertenecía, trepó, saltó como potrillo encabritado y comió de los manzanos y comió de los melocotones y comió de las vides e introdujo sus dientes en las granadas, las abejas le proporcionaron miel, las hormigas ensalada, la bendita Naturaleza le dio su forma, le dio su olor, le dio sus pies que calzó, sus ropas que vistió, su lisura que paseó por el boulevard, la bendita Naturaleza le explicó cómo peinarse, teñirse el cabello de naranja, depilarse con cera, navaja y pinza, porque madre no tuvo ni tendrá jamás para enseñarle nada, y esto a nadie le importa más que un pimiento, Réka quiere ser aeromoza o modelo, y puede, tiene 17 años, dos años más que su hermana menor, juntas vienen y yo les abro, entran como palafrenes temerosos en la única tarde libre de la semana que tienen para la aventura, visten telares del este y bailan al compás de Liszt, el niño prodigio que después se hizo feo, sin embargo, frente al bar que es el ombligo de mi casa, las detengo, Réka quería ser bióloga, antes de advertir que estudiar no era lo suyo, ponía National Geographic y su mandíbula terminaba por el suelo, se bajó videos de jirafas, se bajó videos de perros, se bajó videos de leones, se bajó videos de ballenas, se bajó videos de orangutanes y lloraba, temblaba de miedo refugiada bajo sus edredones, paso a paso, link a link, llegó hacía mí, su grito de joven potra bajó desde la llanura donde pastaba y bebía a orillas del río, es decir, donde le arrancaba los cabellos como muñones que tragaba, Réka corre por la meseta y sus cabellos bailan al compás de viento, las moscas le limpian la grupa, vienen por cientos, vienen por miles, nací viniendo


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IX.


he trasmitido el SIDA a diez y nueve individuos, todos ellos amigas y amigos, en los rincones oscuros de pisos compartidos, de la mano, de rodillas, de codos, de cabeza, lejos y ausentes los padres, los amantes que esperaban en la puerta, recorrimos el camino hasta donde nuestras palabras y gestos nos dejaron: solos en una esquina sin parada de autobús, solos en los balcones, frente a vecinos que fingían dormir y que, mirando inmóviles, fueron felices, se llevarán a la tumba junto con su riqueza o su pobreza nuestro espectáculo que no olvidan, solos en las duchas, en los armarios, en las cocinas junto a fogones, conteniendo gemidos en las madrugadas, por aquella inclinación tan insensata como inexplicable hacia la vergüenza propia o ajena, la Gran Vergüenza presente siempre como un trozo de comida entre los dientes también pasó, cruzó el umbral y apoyó sus caderas en el muro, crecía la marea que apestaba a puerto, tragaba la ciudad con sus barcos a sus espaldas, los almacenes con sus palés y sus grúas, los coches que intentaban huir y todo lo que estuviese delante, trasmitido en vivo, on-line, las veinticuatro horas, era cuando nosotros despertábamos, hacíamos a un lado nuestras sábanas y, como sonámbulos, íbamos, es decir, nos atinábamos entre las sombras con las que convivíamos, por los pasillos, en los salones frente a la tele, donde sea que se hubiese pactado la cita tácita, ahí estaban: Elisa que siempre juraba por Dios, Lucas con su luz de cuatro pelos, Tomás sin su mellizo rubio, el cortés y valiente de Marcos, Lea la adolescente perezosa y aburrida, Julia de suave y dulce cabello, María la pequeña huérfana escogida, Judith la alcoba de virtudes, Lidia que vino de algún lugar de Asia, Abel con su aliento que daba vida a lo que fuera, Noa con su O al medio, Omar con su O inmensa, el pequeño Pablo, la anciana de Priscila, la medicina de todos que era Rafael, la recompensa que era Mateo, Ruth la bebida fresca, Susana cuyas entrañas aseguraban el regocijo, Juan con su corazón lleno de misericordia, todos con la semilla de la muerte dentro, construyendo su nido, conquistando terreno con su estrategia fatal, de uno a otro, de otro a dos, como reflejo en plena fiesta, nunca serán portada de revista ni de semanario cultural, ninguna de sus palabras será titulares de periódicos, nunca escribirán reseñas de libros ni firmarán ensayos que por generaciones alumnos de distintos países leerán, citarán, nunca editarán la Gran Revista De Este Siglo ni escribirán novelas ni serán ejemplo de nada, nunca se pronunciarán sobre la última moda literaria ni el performer de turno, nunca ganarán una beca, pero morirán presionando un botón, es decir, de la misma manera ¿de qué otra cosa morir tras el último verano? ¿qué otra muerte respetable para este siglo que recién empieza? todos correrán despavoridos al vernos doblar las esquinas, como si del monstruo que ataca la Gran Manzana se tratara, la Gran Pera, la Gran Fruta Que Nos Vio Nacer, pero será inútil, en los huracanes, hay un ojo que mira, lejos de lo que se pudiese pensar, el ojo es una zona de calma, de poca nubosidad de treinta a sesenta kilómetros de diámetro, el cielo es azul, el sol da de lleno, los niños juegan en los parques mientras sus padres se dan amor en sus casas, es una calma que dura un par de horas, no se puede medir las consecuencias de su paso, hasta que pasa


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X.


todos queríamos ser cyborgs, andróginos y tener cuerpos dorados, por eso bajábamos a la playa sin distinción de género y nos entregábamos a las olas que reventaban contra el malecón, la espuma de colores nos alegraba la mañana o la tarde, había días que era roja, otros verde oscuro, pero la que en verdad amábamos por sobre todas era su rabia azul, nos hacía pensar en otro río que giraba mejor su propia rueda, con la espuma disfrazando nuestros cuerpos imitábamos mendigos colgados de los árboles o abuelos que sonríen como viejos calamares y que, con sus miradas blancas como telares vaporosos, nos lanzan a la garganta de la tierra, helicópteros sobrevolaban nuestras cabezas, pasaban uno tras otro cargando militares con armas y alimentos para otra isla en llamas llamada más allá, en casa nuestras madres preparaban el tazón de la avena, le agregaban trozos de manzana y a veces una delgada rodaja de limón que debían sacar de la olla 5 minutos después de las primeras burbujas, nunca hablábamos de ellas ni de nuestros padres que eran, por pura casualidad, una imagen difusa en la carretera que se internaba en el desierto, nadie vuelve nunca del desierto que cruza la carretera, nadie hasta ahora pudo decir ahí estuve con su propia boca en su propia cabeza, todos, al contrario, dijeron lo que quisieron antes de largarse y desde luego los escuchábamos con los ojos temblorosos, recuerdo la tarde en que hicimos ceviche de muy-muy frente a una fogata extinta, el sol con sus trenzas doradas acariciaba nuestros cuerpos, el agua acurrucaba sus especies en un abrazo tibio, Londres, NY, Buenos Aires, Osaka, que resbalaron tras pisar el jabón, toda la mañana enterramos nuestras manos en la orilla mojada y ni bien sentíamos el más mínimo indicio de huida atrapábamos al ser vivo con la magia de nuestros dedos, nos imploraba, nos lloraba, nos maldecía en su lengua acuática como esclavo con cadena al cuello, pero era imposible evitar su destino, como un tesoro, reluciente, corríamos a entregárselo al grupo de amigas que se encargaban del resto, lo recibían con los senos abiertos, sus pezones rosados, marrones o transparentes palpitaban como corazones de pequeños venados colas veloces como alas de colibrí, adiós caparazón y una vez todos desnudos la cabeza, desde la cima del acantilado, antes de que cayese el sol, podíamos contemplar por última vez el vertedero, gaviotas, gallinazos, cuervos volaban dando círculos sobre las que fueron nuestras cabezas, personajes desfavorecidos con mochilas a sus espaldas, perros, mapaches piel irritada eran la otra fauna, los satélites transmitían nuestras canciones favoritas desde la joroba de un escarabajo, uno a uno desfilaban todos los que queríamos ser, ellas se casaron primero, ellos lo hicieron después, de sus codos florecieron niños, de sus uñas lombrices, de sus dientes trabajos, puestos que relucen como vidrios de edificios que poco a poco se llenan, de noche fumo un submarino, de día hago lo que fuera, la tormenta tras la doble ventana asecha mi país de las dos banderas, juegos de niños parecen los petardos que caen de la frontera, de los parques salen brazos con sus manos, bailan el último vals con nuestras madres y hermanas, ellas sonríen como recolectoras de manzanas, el Rey Artus con sus caballeros descienden la colina, detrás vienen Roland, Olivier y toda la crema de Francia, desde el mar llegará Tristán con su brebaje a contarnos la historia que nunca pudo acabar


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LM.Hermoza-mail
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