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Reinhard Huaman Mori | «Hueso», de José García Obrero
Godall edicions | Barcelona | 2022 | 66 pp.
Hueso es el quinto libro de poemas de José García Obrero, el cual continúa por la senda de la autorreflexión y la representación del mundo real. Esta trayectoria se inició en 2013 con la publicación de su debut poético, Un dios enfrente, al que le siguieron Mi corazón no es alimento, La piel es periferia (con el que se adjudicó el premio Ciudad de Burgos, en 2017) y Tocar arcilla al fondo, libro que quedó finalista del Premio Andalucía de la Crítica. Si hay un elemento común en todos ellos, me refiero a una preocupación que mantiene siempre en vilo a la voz poética, es una fuerte ansia de conocimiento del mundo que nos rodea. Sin embargo, este anhelo no se conforma ni satisface solo con el exterior de las cosas, sino que va más allá, su búsqueda es la esencia.
La característica más evidente de Hueso frente a los otros títulos precedentes es la forma: el autor ha experimentado con la prosa poética en aras de conseguir un nuevo ritmo en su poesía. Pese a no prescindir de los signos de puntuación, la fluidez del poema se nota mucho más, ya que los silencios no se ven reforzados con el adicional corte de aliento que provoca la ruptura del verso. La vista y la voz siguen el mismo curso, como un río que trascurre por un único cauce, sin cataratas ni grandes desniveles que condicionen su paso. La hibridez del poema en prosa se presenta más acogedora para las descripciones con las que la voz poética aborda la realidad. Aquí, el punto de partida suele ser siempre un suceso, un objeto, un evento natural o las percepciones que el yo, en tono confesional e intimista, comunica al lector. El libro abre con este preciso y bello escrutinio:
“De la lucha entre la luz y el insecto nace la pregunta: invertebrada luz que se diluye cerca del aguijón, dentro de un cuerpo también invertebrado. Aunque el aleteo termine consumiéndola en su abdomen, la pregunta sobrevive. Luz e insecto se empujan mutuamente hasta el césped del mediodía para acabar fundiéndose en la concepción del interrogante”. (p. 13)
La ecuanimidad y el sosiego permiten a la voz poética atravesar y penetrar la rugosa piel con la que está revestido el exterior. La piel es periferia, como bien apuntó el autor en uno de sus poemarios anteriores. Una vez que el límite ha sido superado se establece una primera toma de conciencia por parte del yo hacia el mundo del que forma parte. Es justo este el momento en el que la voz abre realmente los ojos y traspasa la barrera de lo sensorial. Como llevada por un arrebato místico, ella nos aconseja: “Cierra los párpados, eso te ayudará a ver”. El resultado es un cúmulo de percepciones y epifanías que dotan de sentido las propias vivencias que se nos escapan minuto tras minuto, debido a que nuestra ceguera existencial es cada vez más fuerte. Sirva el inicio del poema “La bota que pisa el criptograma” para ilustrar esto con mayor detalle:
“Una mano humilde sostiene la piedra. Piedra o huesos del tiempo que se amontonan ladera abajo, que hacen resbalar a quien desciende distraído, ciego a su lectura. La montaña se desmenuza en símbolos y el musgo los envuelve con una nueva capa de sentido; después vienen la lluvia, el viento que sopla sin origen, la bota que pisa el criptograma”. (p. 20)
Si hay una tendencia muy extendida en la actual poesía española, esta es el valor y el poder que ostenta la palabra. Para muchos contemporáneos de José Gracía Obrero el lenguaje crea, forja y sustenta realidades. En Hueso (así como en el resto de la obra de nuestro autor), dicha idea está también presente e impregna cada poema. Así leemos: “No basta con mirar al pájaro, hay que nombrarlo cuando arranca el vuelo” (“Un alfiler de luz”), o “entren y salgan las palabras precisas; sean bálsamo que afina las junturas, agua fresca que caiga sin cesar por el grifo del misterio” (“Acuda el pájaro a sus fauces”), o “Pero la boca no cesa en su labor de tomar posesión de lo que el ojo no se atreve a nombrar” (“Boca que dora el corazón”), o también: “Emerge la voz desde el primer círculo. Irrumpe con el mismo resplandor que desprenden los blancos de Sorolla” (“Roca agrietada por el tiempo”). El poema que cierra el libro arranca con este arrollador verso: “Un canto agudo abre una grieta por la que se descuelgan las formas efímeras” (“Ajmátova vislumbra Leningrado”).
Como ha sido previamente mencionado, es gracias a la vista que el yo poético vislumbra lo que se esconde detrás de las apariencias. Empero, es el don de la palabra el elemento que permitirá, por fin, alcanzar la plenitud. El “hueso” es la imagen que utiliza el autor para graficar la esencia de lo que percibe: las capas —o músculo— protegen, ocultan y resguardan la osamenta, lo esencial, el núcleo: “La boca masca imagen, la engulle y dice su sabor, su tiempo y su textura: palabras y palabras y palabras”. El poeta, por tanto, se erige como un demiurgo, porque es gracias a su visión y al lenguaje que la experiencia logra ser vivida en su totalidad. En tal sentido, encuentro muy clarificantes los siguientes versos, propios también de un alarde de lucidez: “no estés pendiente de la inspiración, es solo espacio; observa la salida del aire que te lleva a la comunión con el instante”. Así sea.
Reinhard Huaman Mori
[Lima, 1979] Ha publicado los poemarios el Árbol (2007) y fragmentos de Fuego* (2010), así como la plaquette de poesía Ella (12 secuencias) Isabel Archer (2015) y el fotopoema Ámsterdam. Una fotografía (2022). Sus poemas sueltos y dispersos aparecidos previamente en revistas, diarios y antologías han sido reunidos y publicados en el volumen titulado E·C·O·S (2019, 2022)