Revistas >
OJOXOJO >
vol. 02 >
Poesía >
Pablo Landeo | Bucólicas al templo de Pachacámac
Aquí respirarás el frescor de la noche
entre los conocidos ríos y las sagradas fuentes...
(Bucólicas, Virgilio).
En lo alto del templo de Pachacámac,
fuman los muchachos, de un solo huiro.
(Variación a “Himno entre ruinas”, Octavio Paz). N.N.
I
Las musas ya no cantan en la floresta, otros menesteres las entretienen.
Tenue resplandor de piedras, el seco pabellón del río se extingue.
Excrementos putrefacción y pestilencia
botellas descartables de Coca-Cola y otras inmundicias deslumbra la tarde.
Distante de la senda de las cabras
aves de rapiña cadáveres insepultos.
Oscuro tumulto de canes desaliñados intercepta mi travesía.
Yo, que viajé por los ríos del inframundo, me resguardo de las fauces infernales.
El río Lurín —más allá de cifras y pronósticos— es un fluir de maquinarias que
se desangran furiosas
que alzan muros de concreto y otras fortificaciones vacuas.
Piedras que caen sobreviven vuelven a alzarse en nuevas fortificaciones vacuas.
II
La noche aflora desde los campos
auscultan el crepúsculo
impecables aves de rapiña.
Atmósfera oro
establo y madera quemada…
La ausencia de las musas
sus mezquinas confabulaciones
me tienen sin cuidado.
¡Mis huellas sobre la tierra desnuda
jamás serán dispersadas por el viento!
III
Suspendidas en las rocas
rumian las cabras el crepúsculo.
Toman del monte semillas de tamarindo
raciones de hojas de periódicos
columnas de humo excremento y cenizas.
IV
Nutricio y deslumbrante dios de los hombres
a veces, el río se desborda
entre rojos campos de miel entre himnos de bronce y vetustas murallas.
A estas horas del crepúsculo
la ciudad es un delirio incesante de automóviles.
Multitud exhausta
médulas en ardimiento
asfalto y cenizas
pugnan el camino de retorno.
Luna de peces relucientes, blancos nenúfares
transitamos nosotros caminos ondulantes de fuego.
V
Viejas maderas trascienden a vino tinto.
Cálido vientecillo revolotea mi cabellera
acaricia mi rostro se aleja.
En la inmensidad del campo
la voz de un infante
cánticos azules estremecen mi cuerpo.
El señor de la senda oscura
desvaría entre las páginas de Homero.
¡Ay de nosotros
oscuridad siniestra!
Inefables rumores
crueles gritos
anuncian los funerales de Héctor.
VI
Extasiados por el ritmo de una canción en la radio
los pastores ascienden el monte Pan de Azúcar.
Retozan las cabras obscenidades en el precipicio.
Una de las jóvenes observa con asombro la performance del macho cabrío
mientras continúa escuchándose aquel rock and roll salvaje y desbordante.
(Los pastores encenderán el fuego en su morada de sombras pertinaces.
Tomarán de sus provisiones blancos panes de trigo
botellas de vino tinto y porciones de queso).
Antes de abrasar las tinieblas, ella arderá en las pupilas de su muchacho.
VII
Oscuro pan de sobresaltos
mi cuervo atraviesa la niebla
grazna se remonta hacia sus orígenes.
¿Quién soy
sin este cuervo que espanta mis demonios?
¿Quién
sin esta urbe deslumbrante de angustias
sin esta oscuridad que me puebla?
¡Señor!
Distante de las piedras que sostienen tu templo
sórdido
el Corazón que desahijaste.
VIII
Yo
el señor de la senda oscura
un doméstico refregando ollas
desplumando las aves de un almuerzo
que ha de cubrirse de crepúsculo y cenizas.
Yo
en estos territorios de acero y niebla
aguardo la inmortalidad de mis heridas.
IX
Blancos trigales bajo la luna
los médanos resplandecen.
Faz de nadie que nos atrapa con sus metáforas
la urbe ha dejado apaciguar sus extremidades.
¡Ay de nosotros, los acariciados por la muerte!
Vientres anhelantes como espigas de luna
inmortalizan cálido y resplandeciente día.
Las bodegas se pueblan de incendio
de aromas de establo y vino tinto.
¡Oh las ninfas de la City
oh sus pechos anhelantes cubiertos de nenúfares!
X
¡Oh muchachas de la ciudad
ebrias de vino tinto y girasoles en la cabellera!
¡Oh sus pechos palpitantes
ungidos con miel y jazmines de plata!
¡Oh mis tardes alucinantes de aguardiente!
¡Oh la vida aliento que se dispersa en los precipicios!
XI
Cubierto de áspera y fría ceniza
grazna mi cuervo y trastabilla.
Yo
su afiebrada angustia
su inmortal elemento
yazgo y contemplo
a una sola voz
a un solo ojo
a una distancia única el destino de los hombres.
Héroe de batallas desconocidas
roja hostia
aguardo el instante de las almas en que el alma se quiebran.
XII
¡Oh Señor!
La oscuridad y sus misterios
descienden desde las alturas.
Jamás hallarán los débiles la fiebre que los inmortalice.
XIII
Rústicas y distantes murallas
las parcas aúllan sus himnos a la luna.
Emblemas y artesonados cubiertos de herrumbre
inflexibles aves de carroña
huesos que agonizan a unos metros del río.
En rojos viñedos y bodegas apacibles
el viento estremece la voz de las muchachas.
Fértiles todas ellas auspician blancos cadáveres.
XIV
Si en nuestro viaje las musas nos abandonan
carne y sustancia inmaculadas
pueden extraviarnos en el desierto.
Yo,
exijo extraviarme en el desierto.
Horizonte deshabitado
mar de sales llanuras de fuego.
Las gallinas picotean en la acequia se espulgan
escarban afanosas, cacarean pletóricas de emoción.
Dormita el señor de la senda oscura
cuerpo sin movimiento
embriaguez y consumación.
Póstumas raciones de aguardiente
sostienen al cuervo que perturba sus delirios.
Pachacámac [Lima], 1995.
* Inédito
Pablo Landeo Muñoz
[Huancavelica, Perú] Poeta y narrador. Publicó los libros de poesía Los hijos de babel (2011) y Nocturnos (2015); en narrativa, el libro de cuentos Wankawillka (2013) y la novela Aqupampa (2016), ambos en quechua. El 2018, la novela indicada obtuvo el Premio Nacional de Literatura (en lenguas originarias) otorgado por el Ministerio de Cultura. Es profesor de quechua e investigador de su tradición oral desde el 2014, en el INALCO, París. Landeo es también traductor del quechua-español-quechua.