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Francisco Izquierdo-Quea | La guapa

Francisco Izquierdo-Quea | La guapa

 

Su única complicidad puede nacer del miedo o del amor.

Julio Cortázar

 

Te voy a hablar sobre ella.

 

Sucede que muchas veces he pensado firmemente en desposarla, fuera de haberme convertido desde siempre en el usual diccionario de su ser, y no solo de las palabras que ignora. Empecemos por lo esencial en ella…, aunque, vaya, ahora encuentro algo de dificultad en tratar de definirla, ¿sabes?

 

Es cierto. Recién me doy cuenta de que hace mucho que no me refiero a la guapa; es decir, que no escribo soñando con ella ni para ella. Pues bien, la guapa es la guapa. Yo sé que hago feliz a la guapa, y ella sabe que yo lo sé. Entonces, el problema aquí es mi inusitada tranquilidad y su ansiedad de no sé qué, sumado a mis labios sobre ella y a su cuerpo y a su mirar.

 

No se lo he dicho nunca pero creo que la guapa intuye (porque la guapa intuye demasiadas cosas, la guapa es medio pitonisa, escucha arjona y además le encantan los horóscopos y tomar cafés helados con crema azucarada rebalsando el vaso) que cuando hablo quiero a muerte su aliento frente al mío, que me bese callándome, que sus dedos bordeen mi rostro mientras yo sobrepaso el vértigo apoyándome en la cama o la silla (según sea el ánimo de la guapa, porque uno nunca puede advertir cuándo la guapa emite el gemido guapa, que solo ella y yo sabemos cuál es, y que cuando lo hace se pone hermosa, bellísima, y yo que me muero por la guapa hermosa) y veo su cabello almendrado caer sobre mi pecho.

 

La guapa hermosa. Te lo acabo de adelantar. Y te digo que yo aún sostengo la incertidumbre frente a sus instantes de hermosura o fealdad. Claro, porque dentro de todo su ecosistema fútil, invariable, juerguero, de chat por las tardes, tendencias falabella y demás momentos ripley, todavía cuando veo a la guapa ignoro si ella vendrá realmente guapa, o sea, hermosa. Por ejemplo, cuando la guapa viene fea, horrible y espantosa, empieza con circunloquios, excusas, alusiones y demás pensamientos elaborados en sus momentos de soledad, de viajes al trabajo, a su casa, o de sesiones de TV o cine que a ella le complacen mucho, pero, cómo decirlo, mmm…, le aburren. Sin embargo, los instantes de la guapa fea, horrible y espantosa no transcurren tanto frente a mí, es decir, cuando han sucedido siempre le digo a esa guapa fea, horrible y espantosa hey, guapa fea, horrible y espantosa, hazme el favor de retirarte y dejar pasar a la guapa hermosa, o sea, a la guapa por la que yo me muero. Pero esta guapa fea, horrible y espantosa es medio terca, y dale con que no quiero, que me voy pero te quedas sin tu guapa hermosa, o sea, por la que te mueres. Así de complicada es este tipo de guapa malévola. En fin, te contaba de las pocas veces que la he visto; claro, porque en realidad mis mayores experiencias con esta guapa grotesca han sido por teléfono: es insoportable y la odio. Lo peor es que para esta guapa fea, horrible y espantosa priman mucho estas llamadas, y si algo no le gusta convence a la guapa hermosa, o sea, a la guapa por la que yo me muero, de perder toda compostura y arruinar y descartar los próximos momentos guapa-gatito o guapa-mibien o gatito-mibien o mibien-mibien.

 

En realidad, a veces se me torna ilógico hablar de ella. He aquí la explicación: la guapa suele ausentarse constantemente y cuando aparece lo hace por teléfono, por medio de la guapa fea, horrible, espantosa y cortante que yo tanto odio. Entonces me acuerdo de sus me muero por ti, mi bien, te quiero con el alma, te extraño con furia, y me pregunto cuándo volverá a mi vida la guapa hermosa, mientras asumo el terror impuesto por la guapa grotesca y comienzo a morirme de pena porque extraño mucho a la guapa hermosa, extraño que esté frente a mí y emita su gemido guapa, que solo ella y yo sabemos cuál es y que cuando lo hace se pone hermosa, bellísima, y yo que me muero por la guapa hermosa.

 

La primera vez que vi a la guapa fue en el cumpleaños del chino ookubo, una reunión a inicios del verano cuyos enrevesados fines artísticos y financieros hacían suponer que la idea del chino mago y contador no era otra que emborrachar a sus invitados y hacerlos caer en sus elaboradas trampas de tahúr maestro. La guapa llegó de la mano de un sujeto barrigón y risueño, un coloso griego que a primera vista –y para siempre– quedó en mi memoria como un sátiro empedernido, glotón y deslenguado. Pero sigamos con la guapa, pues, valgan verdades, la guapa estaba reguapa aquella noche. Permíteme hacer memoria de ese momento. Bien, unos zapatos altos trajeron a la guapa a mis ojos, un pantalón negro ceñía sus piernas al contorneo pausado y lento de su andar por el living, mientras sus caderas hacían mimos a la blusa celeste que cubría sus altos. Su cabello rubio suelto apaciguaba el aire aislado que su mirada mantuvo toda la noche, en medio de sujetos extraños y parejas lúbricas, siempre en disputa por la potestad del estéreo del chino mago y contador.

 

Volviendo a esa noche te diré que yo miraba a la guapa a cada instante. Sentado frente a ella veía su rostro perfecto, en medio de las palabras de su novio sátiro y del resto de sátiros, y la guapa también me miraba, así, de reojo, como usualmente una chica se siente en compromiso de mirar a quien la mira. Hasta que asumí el aire nostálgico, ese que tú bien me conoces, y comencé a fumar esperando el momento de irme, desalentado y triste por la mano del sátiro sobre la mano de la guapa bella. Y pasó un buen rato, y yo que seguía triste, y la guapa que bebía y bebía whisky, y de pronto la guapa irguió su cuerpo hacia adelante y así, a quemarropa y de la nada, comenzó a preguntarme qué hacía y etcétera, y yo, medio lelo todavía, le hablé de la cornetita, de música, de Los Tetas y Mano Negra, que leía un poco, y que escribía poemitas, y que bueno, pues, y ella que parecía escucharme con atención y dale con las repreguntas, súper curiosa la guapa (cualidad de la que me percaté luego, cuando la guapa no solo me preguntaba por mis ratos libres o conocimientos musicales, sino sobre quién era tal chica, o por qué diablos le pedía pechuga al mozo cuando a ella le gusta el encuentro, o por qué fumaba cigarrillos negros, o por qué despreciaba a sabina, a la nueva trova, a almodóvar y a todos esos payasos creyentes en el mito urbano), y yo que le contestaba feliz, pero de súbito me sentí retonto y medio tartamudo le pregunté por ella y la guapa se puso algo seria pero continuaba guapa, es decir, bella, y me dijo que administraba un restaurante, que le dolían harto los piecitos, que su problema eran los tacones, que se doblaba los tobillos a cada rato y se sacaba la ñoña contra el piso lustroso del área de fumadores, y yo le dije felicidades, y sonreímos mucho, y compartimos cigarrillos y miradas (ya para ese momento me importaba un bledo algún posible piteo de parte del sátiro, o algún dale, campeón, de parte del resto de sátiros, distraídos por los trucos de la paloma mensajera y las monedas flotantes del chino mago y contador, pues debo aclarar que mi diálogo con la guapa se mantuvo como un punto aparte en medio del cumpleaños, y yo que andaba al tanto por si a alguien se le ocurría malograr mi conversación con la guapa, que a decir verdad estaba bellísima); y fue a los pocos minutos que el sátiro se percató de que estaba en otra y le dijo a la guapa que ya era hora de irse, y la guapa, tan bella, me dijo fue un gusto, y luego me dio un beso cálido en la mejilla y se despidió del resto de sátiros y ménades que aguardaban expectantes ver al chino mago y contador partir a su hijita chinita en dos, y yo, tristísimo y abandonado, solo pensaba en llegar pronto a mi cuarto, agarrar la cornetita y componer una melodía en honor a la guapa hermosa.

 

Nuestro siguiente encuentro ocurrió tiempo después, fue en el sótano de la clínica general, adonde yo había llegado de pura casualidad, preguntando por una terapista para los males de mi mamá. La guapa se encontraba sentada, viendo noticias en la sala de espera, cubierta por un abrigo oscuro y calzada por sus botitas beige (botitas hermosas, botitas especiales para la guapa bella, sobre todo cuando caían volaban por los aires luego de sus trotadas hacia mí). Yo llevaba observándola un buen rato, y la guapa también, pero no atendía a sus sentidos, es decir, prevalecía su atención al televisor frente a mí, parado, como un tonto, cerquita de ella. Y fue de improviso que me miró, bien, fijamente, hermosísima, y mandó al cacho su noticiero y sonriendo dejó su asiento presta a saludarme, previa caída de cara, porque para eso la guapa se encontraba en la clínica para tratar sus tobillos doblados por los tacos malditos, y yo que me asusto mucho, porque de verdad que la guapa se sacó la madre, y corro hacia ella y la ayudo a levantarse, y pienso en su sonrisa kodak de hace un ratito, y la guapa un poco adolorida se recupera y ahí recién me da el beso en la mejilla, y yo que en ese momento comienzo a morirme por la guapa hermosa.

 

Sin embargo, a pesar de todo lo deleitable que resultaron los siguientes días, la guapa procuraba imponer cierta distancia entre nosotros. Y era algo que yo no comprendía del todo, porque para eso la guapa iba conmigo, primero, al cafecito y a comer cositas ricas (gustos refinados, exquisitos de la guapa, que la estaban convirtiendo, de a poquitos, entre alfajorcitos y bizcotelas, en la guapa gordis o en la guapa chichobelo), y después a mi cuarto, a que le leyera mis poemas o a escucharme tocar la cornetita y la melodía que compuse en su honor, o a que le hable de las comedias italianas que tanto me gustan, y la guapa preciosa me miraba en silencio, sin decir palabra, y luego me contaba que ya no estaba con el sátiro, que lo mandó bien lejos, y que desde hacía pocas semanas salía con otro chico, y comenzaba a llorar pues se sentía tan bien conmigo y se había dado cuenta de que las noches de su vida eran de solo fiestas, pero que no podía dejarse llevar por los deslices porque diosito y la madre dolores del colegio, y luego que yo era muy raro para ella, los poemas, la cornetita, eres extraño, y de nuevo que se sentía tan bien junto a mí. Y yo la verdad que con esto no entendía ni michi, y me preguntaba bueno, pues, entonces qué hace aquí, conmigo, la guapa, y ella que lloraba diciéndome que su vida era un fraude y que se sentía tan ignorante frente a mí, y yo pero guapa, tú sabes muchas cosas, lees siempre la parte c del periódico, y esas botitas beige, guapa, y ella, entre lágrimas, y también los noticieros, no te olvides (y yo que después me entero de que el chico con el que salía la guapa hermosa la sentaba frente a la tv a ver fútbol, y la guapa se sentía tan aburrida porque se daba cuenta de que no quería eso para su vida linda: la música, quiero saber de eso, de cine, escribir poemas, como tú), y yo pero guapa, no llores, tú eres muy culta, por ejemplo yo ni leo el periódico, y eso de administrar un restaurante, caray, es una labor para admirar, y en el fondo quería besarla de una buena vez (porque me seducía enormemente el cabello rubio suelto de la guapa, sobre todo su lunar pardo, situado justito al medio de su labio inferior, y yo que soñaba con que su lunar medio del labio inferior durmiera dentro del hoyuelo medio que también tengo en mi labio inferior), pero tenía miedo de que la guapa me zampe un lapo o grite, pues la guapa sabía guardar distancias conmigo, con eso del chico con quien salía y que yo era muy raro para ella, y la cornetita y todo aquello que para la guapa era extrañísimo pero que la hacía sentir requetefeliz.

 

Y así fue que comenzaron los momentos guapa-gatito o guapa-mibien o gatito-mibien o mibien-mibien. Claro que el instante crucial para ellos fue cuando besé a la guapa saliendo del cafecito, al que volvíamos después de varios días. Fue en una noche de mayo, cuando ella me dijo que lo nuestro no estaba bien, que hasta dónde podríamos llegar, y mira que no quiero tener ningún desliz contigo porque diosito y la madre dolores, y yo tristísimo y abandonado, bueno, guapa, yo hago lo que tú quieras, mejor no nos vemos, y ella que mandó al diablo su tacita de café y se pidió un whisky y comenzó a regañarme y a decirme cosas bonitas, y yo otra vez confundido pido una cerveza, y nos tomamos no sé cuantos whiskies y cervezas hasta que la guapa se molestó de nuevo y se puso fea (la guapa se molesta constantemente, y aquí prevalecen en demasía sus rasgos a lo dr. jekyll y mr. hyde, pues de imprevisto suele aparecer la guapa fea, horrible y espantosa, así por así, de la nada, y de pronto sale la guapa hermosa, o sea, la guapa por la que yo me muero), y ahí nomás me mandó al carajo y se paró para esperarme en la calle, y yo, derrotado, pido la cuenta y le pregunto al mozo cordial qué hacemos con el amor, y el mozo experto en casos del corazón mira a la guapa preciosa parada en la puerta y me dice: solo bésela. Así que fui tras ella, y la guapa me miraba seria pero continuaba guapa, es decir, bella, y me acerqué en pasos breves hacia su figura quieta, con la determinación ya establecida, sin importarme en absoluto la segura cachetada por parte de la guapa. Y así, de súbito, la besé calladito. Un beso firme, de labios contra labios, y la guapa qué haces, salgo con un chico y tú con la cornetita y etcétera, el desliz, y diosito y la madre dolores (a pesar de que me lo confirmó luego, éste fue el instante en que conocí los gustos vivenciales de la guapa en torno a telenovelas como topacio, roque santero, carmín, los ricos también lloran, pues a la guapa le encanta sufrir como las actrices, y gritar como ellas, y escenitas por aquí o por allá). Entonces, la volví a besar calladito, y ella de nuevo con que salgo con un chico, la madre dolores…, y yo que le planto otro beso, y así, así, entre besos calladitos y palabras reinventadas, ella terminó en silencio, convencida de buscar mis labios por vez primera esa noche.

 

El caso parecía elemental: la guapa era realmente guapa. Eso yo lo sabía. La guapa también, a pesar de su sonrisa a tientas, de sus besos entrecortados y de su llanto sobre mis ojos. Pero aclaremos, ante todo, que la belleza de la guapa aparece plenamente en los momentos guapa-gatito o guapa-mibien o gatito-mibien o mibien-mibien. Frente a esto, la guapa es mi bien y yo soy el mi bien de la guapa. La guapa es para el gatito y el gatito para la guapa. ¿Qué tal? En fin, te diré que la guapa comenzó a llamarme gatito cuando le conté que era nictálope, pero la guapa no sabía el significado de nictálope, y yo le dije que es alguien que puede ver en la oscuridad, como un gato, y la guapa que emite su gemido guapa, y se pone hermosa, bellísima, y yo que me muero por la guapa hermosa, y comienza a besarme y abrazarme y a repetir gatito, gatito, gatito, gatito, y yo que beso a la guapa, y ella que quiere jugar conmigo a los apagones, a ver si la encuentro en la oscuridad del cuarto, y yo que apago la luz y la encuentro facilito debajo de mi estéreo y le tomo las manos hasta ponerla de pie mientras ella no aguanta la risa, y de pronto le digo me muero por ti, guapa, y ella me mira entre las sombras, en silencio, y no dice palabra, y yo que retomo los besos tras sus labios y la llevo más acasito y su gabán que cae, y la guapa también y yo sobre ella, y las botitas beige se aparcaron en el suelo, despacio, sin ningún lamento nuestro.

 

Conocí plenamente la sonrisa de la guapa en invierno. Todos los instantes en que ella encontraba una excusa para vernos me sirvieron para hallar mi reflejo nostálgico en sus ojos, y reconocerme como lo era: un hombre feliz. Pero la guapa tenía una vocación innata para pasar de la alegría al llanto y a la tristeza. La guapa sufría porque no podía dividir su vida entre los momentos guapa-gatito o guapa-mibien o gatito-mibien o mibien-mibien y los otros de ver fútbol o bailar aserejé con el chico con quien salía. Hasta que un día la guapa me dijo es mi novio; y yo, sonriendo, como siempre cuando estaba frente a ella, le digo felicidades. Y la guapa molesta ¿no te interesa, verdad? Y yo extrañado ¿no me interesa qué? Y la guapa dark que yo tenga una relación formal y esté contigo haciendo lo que hacemos. Y yo que me muero por la guapa hermosa bueno, pues, la verdad que no, en realidad no me importa mucho, me basta saber que conmigo eres feliz. Entonces fue cuando la guapa tomó conciencia de que los días junto a mí no podrían ser iguales para siempre. Me lo dijo en una de las tantas apariciones de la guapa fea, horrible y espantosa (que se acrecentaron ostensiblemente, para mi tristeza y encono hacia dicha rubia medio gordita y maliciosa). En resumen, la guapa me aclaró con su tono imperante de actriz de telebrisa que no podía abandonar una relación segura y seria por andar tardes y noches templando y oyéndome tocar la cornetita o leyéndole poemas o diciéndole a cada rato me muero por ti, guapa. Y yo, tristísimo y desahuciado, le dije está bien, guapa, yo solo quiero que tú estés bien. Y ella que se iba, y no aparecía por muchos días, y cuando lo hacía por teléfono era nada menos que la malévola guapa fea, horrible y espantosa, y yo que la odiaba, y que solo esperaba en mi cuarto a que la guapa hermosa aparezca pronto, mientras escribía poemitas de amor para la guapa bella y tocaba en la cornetita la melodía en honor a la guapa bonita, deseando sacarle las botitas beige y decirle nuevamente me muero por ti, guapa.

 

Y ahora es que pienso, pienso y pienso en lo que era tener por siempre las caderas de la guapa bajo las mías. Aún recuerdo su aroma a manzana cuando me asomaba sobre sus hombros, en los minutos que mis labios transcurrían la miel de los suyos, mientras sus brazos se entrecruzaban a mi alrededor. Pienso, pienso y pienso en cómo sometía su imagen, su figura inmóvil, tendida, ante mis ojos, mientras amoldaba su vientre hacia el espacio infinito que mis besos recorrían por su cuerpo, lentamente, en los trazos de mi hoyuelo medio por sus muslos inéditos, en el vaivén incansable de mis manos sobre su cuello terso, sobre su imperfectible revuelo bajo mi ser. Pienso, pienso y pienso en cómo amaba a la guapa, despacito y en silencio.

 

La historia ha transcurrido por emociones disímiles. Muchas. Tantas que el solo pensar en ellas convierte mi irrefutable aura apática en una felicidad que espero aprender a guardar en el recuerdo. Porque la guapa hermosa suele ser el primer sol de invierno, luna llena en mayo, despertar y correr al teléfono para llamarla, besos entrecortados mientras mi lengua juguetea bajo sus labios. La guapa es la guapa, y hoy extraño tanto su gemido guapa ––que solo los dos conocemos–– que pienso en la dicha imbatible que planeé junto a ella. Eran días de instantes eternos, cuando yo le hablaba de su amor en rojo, y la guapa me miraba, me miraba, y no decía palabra.

Francisco Izquierdo-Quea

[Lima, 1980] Estudió literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima) y en l'Université Sorbonne Nouvelle (Paris). Es codirector de la revista El Hablador (www.elhablador.com), y autor del libro de cuentos Bonitas palabras y la novela No hay más ciudad. Actualmente, es profesor de l'Université Paris-Cergy.

Francisco Izquierdo-Quea

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