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LM Hermoza | Orígenes de una propuesta estético-política para la emancipación identitaria latinoamericana: raíces de Gamaliel Churata, líder del indigenismo de vanguardia peruano
La figura y obra del escritor peruano Gamaliel Churata (1897-1969) representa uno de los rescates literarios más sorprendentes de la crítica literaria latinoamericana de este siglo. No se trata solo de un fenómeno académico. Desde que en 2012 apareció la reedición en la editorial Cátedra de El pez de oro (1957), la única obra que publicó en vida este autor, poco a poco ha ido dejando de ser un asunto meramente universitario (y peruano) para sumar nuevos lectores que lo han situado en la categoría de autor de culto.
Pero esta fama, si bien atrae curiosos, emerge entre la confusión, prejuicios y malentendidos de una obra que se presenta como mínimo difícil y cuya lectura representa un desafío. No es solo por el grosor de sus libros: la edición de Cátedra, por ejemplo, supera las mil páginas; su obra póstuma, Resurrección de los muertos (2010), las ochocientas. El largo aliento que exige es porque el autor no oculta en ningún momento la ambición de hacer de su literatura una obra totalizadora a la manera andina e híbrida en géneros literarios, registros lingüísticos y lenguas, personajes y mitologías; en suma, un choque de cosmovisiones cuyo encuentro violenta el discurso lógico binario desde múltiples frentes hasta quebrarlo y subyugarlo. De esta manera, nos plantea su proyecto que es el diseño de una propuesta estético-política de base indigenista para una revuelta de emancipación identitaria latinoamericana. Esto es la redefinición de la identidad con la que, por fin, el latinoamericano habrá de renegociar y reformular el diálogo e interacción con occidente y con las otras cosmovisiones del planeta de manera equitativa, no en subalteridad. El resultado de todo este proceso será la renovada y reposicionada integración del latinoamericano en la globalidad. Una disposición que acompañó los debates académicos e identitarios durante todo el siglo XX y que resuena aún.
De hecho, en las obras citadas del autor y a lo largo de su producción periodística y editorial, podemos apreciar los devaneos teóricos identitarios acerca de la latinoamericanidad que le fueron coetáneos: desde el indigenismo clásico, el indigenismo de vanguardia, el andinismo, el indoamericanismo, el aprismo, el panamericanismo. Pero, además, podemos anticipar los que le siguieron: las ideas de la transculturación de Rama, su anticipación a la hibridez latinoamericana de Canclini, la heterogeneidad de Cornejo Polar, la literatura de frontera, la literatura transnacional, término que actualmente mueve muchas academias. Todas y cada una de estas, entre otras más que el lector se puede regocijar en identificar, se encuentran representadas de una u otra manera en su propuesta estética ―es decir, en su obra literaria― híbrida y antropofágica, que permanece en total actualidad gracias a los discursos contemporáneos sobre la latinoamericanidad, el neo-indigenismo, el futurismo andino y el resurgimiento de la literatura en lenguas aborígenes. Una muestra de esta permeabilidad interpretativa es el libro Churata poscolonial (Moraña 2015) que repasa la obra de nuestro autor por diversos filtros de los estudios poscoloniales.
A pesar de que todo esto suene a producto teórico, la teoría la ponemos nosotros, los lectores, no Gamaliel Churata. El autor presenta su proyecto no desde un programa metaliterario sino a partir de su literatura misma. Es decir, El pez de oro, primero, Resurrección de los muertos, después, son concretización literaria de su teoría estético-política para la revuelta de emancipación identitaria panandina. Podemos hacer un seguimiento de su vasta producción periodística de la cual solo se han rescatado hasta ahora alrededor de una centena de artículos (Churata 1971, Gonzales Fernández 2009, Churata 2014), de un total estimado aproximado de seis mil (Churata 1971 393). De todas maneras una cantidad importante y valiosa al momento de pretender entender su proyecto y de hacernos una idea más profunda tanto de su pensamiento como del personaje que encarnó. No obstante, no encontraremos algún artículo o ensayo con un programa puntual y detallado de esta propuesta que hemos llamado “revuelta”; o al menos hasta el momento no se ha encontrado. Lo que sí podremos entrever en sus textos no exclusivamente literarios son pistas que podremos ensamblar para facilitarnos una tentativa de reconstrucción teórica. Todo queda, pues, en manos de la interpretación literaria y, por tanto, en el rincón de lo incierto.
El presente artículo va de eso: va de hablar de lo incierto. Nuestra aspiración es reconstruir la propuesta estético-política que Gamaliel Churata plantea en sus libros. Pero, además, hacerlo de una manera que, si bien no pierda la profundidad y rigurosidad, conserve el estilo divulgativo al que el público de nuestra revista está acostumbrado. Es decir, que el presente texto se convierta en una herramienta de lectura. No se trata, por tanto, de un ensayo académico.
Para lograr nuestro objetivo, hemos planteado nuestro estudio en tres etapas o estados que se verán reflejados en la redacción de tres ensayos. Este primero, útil para entender la figura del autor, sus raíces conceptuales y su consolidación como intelectual, abarca su etapa pre-boliviana. Veremos, pues, la formación de un agitador cultural y sus intervenciones como director de grupos literarios y de revistas como Boletín Titikaka, la publicación periódica de la época del indigenismo peruano más importante del sur del país, que planteó una vanguardia inédita. Sin embargo, el presente trabajo principalmente nos servirá para identificar las bases o raíces conceptuales sobre las que Gameliel Churata seguirá profundizando, desarrollando o cuestionando en su etapa boliviana, proceso que tendrá como resultado la creación de sus dos obras literarias que, como ya hemos mencionado, son la plasmación o concretización de su teoría estético-política.
A continuación, invitamos a descubrir la figura y obra de Gamaliel Churata o, si es el caso en que eres un iniciado, a profundizar en estas para reconocer las raíces intelectuales que nutrirán toda la vida creativa del autor.
Arturo Peralta (Gamaliel Churata) [Gonzales 2009]
Las raíces de Gamaliel Churata (Arturo Peralta)
Es cierto que la obra de Gamaliel Churata tiene el estigma de ser críptica, barroca o, al menos, de lectura difícil. Sin embargo, no creemos que este haya sido uno de los principales motivos por el que permaneció casi silenciada y olvidada por el mundo editorial por casi medio siglo y, por ende, negada a los lectores, en principio, de su país de origen. Basta mencionar que la única obra que este autor publicó en vida, El pez de oro, fue escrita y publicada en Bolivia[1], país donde estuvo exiliado por treinta años y donde la recepción del libro fue bastante buena, al punto de hacerle merecer el Premio Nacional de Literatura de ese año, que rechazó por ser ciudadano peruano (Anuario Bibliográfico peruano 1967-1969 678). Es más probable, más bien, que Gamaliel Churata no haya gozado de la atención en Perú del mercado editorial debido a que no desarrolló allí lo que se conoce como una “carrera literaria”; al menos una que fuera constante. El autor, quien había tenido una efervescente carrera como periodista, pero especialmente como editor de revistas y líder de grupos literarios, tuvo que abandonar el país a los 35 años (1932) debido al hostigamiento recibido por parte del Gobierno de Sánchez Cerro. En este momento, para el Perú, prácticamente se detiene la carrera literaria de Gamaliel Churata y desaparece de su escena por treinta años, momento en que regresa a su país con El pez de oro bajo el brazo y una serie de manuscritos acabados o por finalizar que no le sirven para merecer en vida el reconocimiento editorial.
Gamaliel Churata vendría a ser lo que hoy se conoce como un autor transnacional. Es decir, un escritor que, por el motivo que fuera, tiene que exiliarse en un país extranjero, desde donde sigue creando y escribiendo sobre temas inspirados de su país natal no sin dejar sentir las influencias del nuevo país donde se establece. En este caso, Gamaliel Churata debe exiliarse en Bolivia donde, siempre marcado por la realidad social y literaria de la que se nutrió y las experiencias vividas en su país de origen, se “bolivianiza” (Churata 1971 462) y poco a poco va trascendiendo su discurso regional para diseñar uno de envergadura continental. A continuación, vamos a ilustrar la figura y carácter de este autor, así como explicar su intervención principalmente en la cultura de su país para después hacerlo también en el país donde se exilió. Esto nos servirá para conocer las raíces de su propuesta estético-política que se arraigan a la tierra peruana y a las experiencias vividas ahí, pero cuyo desarrollo y desenlace toman vías nuevas, se ramifican, crecen fertilizadas por su etapa boliviana y, sobre todo, se concretan en sus obras El pez de oro y Resurrección de los muertos.
Pero es Arturo Peralta la persona que está detrás del pseudónimo de Gamaliel Churata. Nacido en Arequipa en 1897, muy joven se traslada junto con su familia a Puno, donde su padre, Demetrio Peralta abre un negocio de artesanía de calzado. De esta familia también forma parte Alejandro Peralta, poeta y autor de Ande (1926), el poemario que inaugura lo que Mariátegui llamó “indigenismo vanguardista” (Azquézolo 76) para referirse a la propuesta estética regional que los hermanos Peralta difundieron desde las orillas del lago Titikaka. Forman, pues, parte de la nueva clase de familias mestizas comerciantes que se benefician de los alcances de la modernidad económica que se instaló a finales del siglo XIX en la región y que, si bien no cambió radicalmente la geografía socio-económica ni la interacción entre indígenas y hacendados, ya que dicha modernidad estuvo gestionada por agentes extranjeros, sí generó una nueva casta de la que saldrían generaciones de jóvenes intelectuales que buscarán intervenir cultural y políticamente en el destino de sus sociedades. Entre los principales factores económicos que favorecieron esta situación se cuentan la construcción del Ferrocarril del Sur que unió Arequipa con Puno, la navegación a vapor por el lago Titikaka y el consecuente florecimiento del comercio lanero a escala internacional (Vich 22-24).
Pero la instalación en Puno de esta familia estaría marcada por otros factores más que influirían decisivamente en la formación del carácter de Gamaliel Churata. En primer lugar, por la acción adventista cristiana que a inicios de siglo ejecutaba una campaña de educación y defensa de los indígenas que atrajo a muchos indigenistas, y que hizo de contraparte frente a la desgastada imagen de la iglesia católica que tenía de aliada de los hacendados. El mismo Luis E. Valcárcel, en su libro Tempestad en los Andes (1927), considerado como la propuesta más radical del debate indigenista, entre el relato de la tragedia e injusticia social que padecían los indígenas y de las soluciones violentas que esta situación planteaba, se refería a la alternativa de la “nueva amistad” que proponía el “hermano adventista”, “misioneros de la cultura”, quienes no solo ofrecían educación y modernidad, sino además atención sanitaria, asesoría legal y abrían nuevas rutas de comercio alternativas al monopolio del hacendado (Valcárcel 1972). Demetrio Perialta, padre de Gamaliel Churata, también fue seducido por la actividad adventista, al punto de cambiar de religión y participar en la fundación de la primera congregación adventista de Puno; aunque tiempo después regresará a la religión católica.
Por otro lado, fueron decisivas, no solo en Churata sino también en toda la generación letrada de Puno a la que nuestro autor perteneció, las prácticas pedagógicas de la Escuela Nueva de José Antonio Encinas, director de la Escuela Elemental 881 entre 1907-1911. Este maestro puneño habría sido sensibilizado por los maestros indígenas Telésforo Catacora y su Escuela de la Perfección y Manuel Allqa Camacho y su Escuela Utawilaya, “en la práctica de una educación rural descolonizadora” (Monasterios 2015a 44). José Antonio Encinas tuvo en sus manos, entonces, toda una generación de futuros intelectuales, actores culturales y políticos que “cantaría por primera vez las excelencias de la raza y las bellezas del Altiplano, pintaría la trágica expresión de la vida del Indio y resucitaría la música Colla” (Monasterios 2015a 88) y marcarían directa o indirectamente la literatura no solo nacional sino también continental. Uno de los recursos que trasmitió el maestro Encinas a sus alumnos fue la actitud autodidacta, algo que fue esencial para las generaciones que educó y definitivo en el autor.
Por influencia familiar, Arturo Peralta se convirtió en un ferviente lector de los textos sagrados cristianos y mitología clásica. Se le recuerda como un niño que recitaba la Biblia; cosa por la cual recibió el sobrenombre de Gamaliel (Vich 25), como el ángel que acompaña a los elegidos al Reino de los Cielos o el rabino Gamaliel El Grande, reconocido sabio de su época, maestro de San Pablo. Años más tarde, Arturo Peralta decidirá conservar el sobrenombre de Gamaliel y agregar el adjetivo aymara churata que significa iluminado, dotado, predestinado (idem). Estas son las raíces místicas que, sumadas a la efervescencia reivindicativa de los indígenas y las injusticias y masacres cometidas contra estos por los hacendados y el gobierno, forjaron el carácter comprometido e insurgente del autor de El pez de oro, “la más recia personalidad de la generación que educó”, según testimonio del propio José Antonio Encinas, que se reveló ante el mismo inspector de educación a la edad de ocho años por quererle obligar rezar el Credo siendo él de familia adventista (Monasterios 2015a 89). Ya de adolescente, como el mismo Churata cuenta en una carta a José Carlos Mariátegui, “a los quince años desafiaba a duelo a un gamonal, a causa de los indios, y a los diecisiete me encarcelaban a causa de haber insultado al gobierno de Benavides” (Gonzales Fernández 34). Todo esto anticipaba una vida comprometida con la justicia social hacia el indígena y alborotada por los desencuentros con los regímenes políticos.
Alejandro Peralta sentado a la izquierda y Gamaliel Churata sentado a la derecha [Gonzales 2009]
Líder de grupos literarios y revistas
Gamaliel Churata fue autodidacta. Abandonó la escuela a los catorce años, al parecer por decisión personal. Él mismo relata que, para el sistema escolar “era un caso perdido” y que su maestro, José Antonio Encinas, optó por aceptar su decisión (Morote Gamboa 65). Empezó a trabajar como cajista para el diario El Inca y el taller tipográfico de Eduardo Fournier; cuatro años después fue contratado como tipógrafo en el periódico El Siglo. En paralelo, emprendió una labor periodística de visibilización de las injusticias contra las poblaciones indígenas. Su experiencia profesional lo mantuvo cerca del mundo de las publicaciones periódicas; algo que supo vincular a su compromiso periodístico y militancia. No es de extrañar que rápidamente se forjara como director de publicaciones periódicas.
La Bohemia Andina y La Tea
Un aspecto que caracterizó la producción churatiana en su etapa previa al exilio boliviano fue que siempre logró agrupar alrededor de él entusiastas intelectuales y literatos con quienes supo hacer sinergia y llevar a cabo acciones más programáticas. En 1915, a la edad de 18 años funda, junto a Emilio Romero, su hermano Aljandro Peralta, el también poeta Emilio Armaza, entre otros, el grupo Bohemia Andina que pretendía ser “bohemio” y “andino” a la vez, en una forma de contestar los postulados de Henri Murger quien afirmaba que solo se podía ser bohemio en París (Monasterios 2015a 95). Se trataba de un grupo de jóvenes que buscaban “innovación” y “escapar de la chatura de la vida provinciana en el Puno aldeano” (Tamayo 255). El compromiso con lo andino los llevó a poner en escena, el 24 de junio de 1917, en el atrio de la Catedral de Puno, una obra teatral escrita por Emilio Romero, titulada La noche de San Juan, reconocida en la actualidad como la inauguradora del teatro puneño moderno (Monasterios 2015a 96). El texto original fue escondido para siempre por la madre del autor, debido a las represalias legales que los integrantes de la Bohemia Andina podrían padecer. Era una beligerante obra al estilo del indigenismo más radical de la época, en donde se enuncian los abusos de un gamonal que finalmente es apaleado y su hacienda quemada (Vilchis 42-43). De hecho, Emilio Romero la escribe impactado por la masacre de Chacamarca en la que murieron 16 indígenas y fueron heridos otros 27 por defender sus tierras y ganado (Monasterios 2015a 96). Otra tragedia acompaña las escenas de la revuelta: una indígena, la hija del mayordomo, es seducida, embarazada y abandonada por el hijo del gamonal, quien parte a la ciudad para refugiarse. La muchacha tiene que defender de las garras del gamonal a su hijo. Según el propio Emilio Romero, el niño es visto por su madre como el símbolo de la “futura unión de todos”, por esto iría con él a la ciudad para “revolucionarla con su presencia: la de su hijo y el corazón de una raza nueva sin taras de todo lo pasado” (citado en Vilchis 43). La obra teatral en cuestión ha sido reconstruida gracias a testimonios del autor y Rodolfo Milla; pero se concuerda en el éxito de la puesta en escena y la conmoción que vivieron tanto el público asistente como sus participantes (Monasterios 2015a 97, Vilchis Cedillo 42). El autor y los actores pasan unos días en el calabozo, entre estos estaba Arturo Peralta, quien había ejecutado el papel del hijo del Gamonal.
Parece sorprendente que casi al mes de todo esto, el 28 de Julio de 1917, Bohemia Andina lanzara la revista La Tea, con el nombre homónimo de una publicación arequipeña, que duró de 1906-1907 y contó con una postura política y combativa dirigida por Chuquiwanqa Ayulo (Monasterios 2015a 97, Tamayo 255, Vilchis 44-45), por quien Arturo Peralta tuvo profunda admiración. No obstante, la publicación puneña poco interés muestra por los asuntos políticos y las problemáticas indígenas. Es probable que esto se haya debido a las consecuencias traumáticas vividas por los integrantes del grupo tras la puesta de la obra de teatro ya explicada. Lo cierto es que esta vez con el slogan “Para el cenáculo de los elegidos” manifiestan un espíritu elitista y pedante con respecto al ambiente provincial de la ciudad lacustre, con una estética más cercana al modernismo, el parnasianismo y al arte por el arte e influida por la publicación Colónida de Abraham Valdelomar (Tamayo 255-256). Por este entonces, Arturo Peralta firma bajo el pseudónimo de Juan Cajal, su hermano Alejandro Peralta como Alonso Cajal y Goy de Hernández; Emilio Armaza como Oswaldo Kerlor; Aurelio Martínez como Américo Francés. La publicación, dirigida inicialmente por Juan Cajal, estuvo activa de 1917 a 1918 y publicó doce números (idem). Sin embargo, a pesar del deseo de alejarse del indigenismo, a través del modernismo encontraron otra manera de adentrarse y trabajar los elementos y preocupaciones nativistas, puesto que este movimiento en el continente combinaría tanto el cosmopolitismo con el americanismo y una profunda “preocupación por ahondar en lo que comenzaba a entenderse como la ‘esencia americana’” (Gonzales 35). Juan Cajal deja la dirección de la revista en manos de su hermano debido a que parte en un viaje con dirección a Buenos Aires con escala en La Paz. De regreso, se queda en Potosí, Bolivia, desde donde continuará enviando colaboraciones a La Tea en las que muestra cada vez más su giro hacia los intereses nativistas y a la adquisición de una perspectiva continental de la problemática.
Los bárbaros y su Gesta Bárbara
Arturo Peralta llega a Potosí gracias a la gestión del misionero italiano José Zampa, quien era un franciscano que había tenido problemas con la congregación debido a su interés por la situación del indígena en Bolivia y sus planteamientos sobre su educación (Monasterios 2015a 98). Peralta y Zampa se encontraron en La Paz y este lo invitó a trabajar como tipógrafo en el periódico religioso La Propaganda de Potosí. En esta ciudad, Arturo Peralta actuó como un “aglutinador y uno de los principales animadores” (Zabala 24) de la formación de un grupo literario, Gesta Bárbara, que es considerado un “movimiento cultural revolucionario” que “ha dejado más de una generación de poetas en Bolivia” (Zavala 21). Este grupo editaría una revista homónima entre 1918-1930, considerada en la actualidad como una publicación que “consiguió revolucionar el mundo de las letras de Bolivia” (Beltrán 2018) al ser “el primer movimiento literario boliviano iconoclasta que se pensó como generación e imaginó la entrada del bárbaro al campo de la literatura” (Monasterios 2015a 99) y donde “se gestaron los primeros brotes del indigenismo bolivianos” (Tamayo 256). De hecho, rescatan el calificativo “bárbaro” del enfrentamiento y oposición de los términos civilización y barbarie sobre los que se construyen las identidades no solo bolivianas sino también en el resto de Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo XIX (Zavala 22). La oligarquía “criollo-mestiza” boliviana había desplazado al “indio” hacia la posición del “bárbaro”, término que desde la época romana ha simbolizado el reflejo del “miedo a desaparecer” (idem), ubicándolo así en el lugar del enemigo que había que combatir para preservar la identidad.
Entre los “bárbaros”, como se autodenominaban, que integraron el grupo, destacamos a Carlos Medinaceli, reconocido como “fundador de la crítica literaria boliviana” (Monasterios 2015a 98, Zavala 23), quien fue gran amigo de Arturo Peralta pese a las grandes diferencias políticas que tenían y que muchos han querido buscar y leer entre líneas en la revista. Peralta siguió firmando sus colaboraciones tanto para La Tea y Gesta Bárbara como Juan Cajal quien, a pesar a la importancia que tuvo para la cohesión del grupo ―el mismo Carlos Medinaceli ha relatado que fue a Juan Cajal, “el más noctámbulo de todos los noctámbulos”, a quien se le ocurrió el nombre del grupo y la revista (citado en Monasterios 2015a 100)―, mantuvo una discreta presencia en sus primeros números. No fue hasta el cuarto en que se le hace justicia y se le presenta oficialmente en sus páginas con celebración (Monasterios 2015a 101).
Desde Potosí, Juan Cajal fue imprimiendo en sus colaboraciones para La Tea de la Bohemia Andina una “orientación puneña” y su interés en colocar el nativismo en el primer plano (Tamayo 256). Gesta Bárbara, por tanto, gracias a su militancia vanguardista y sus preocupaciones con respecto a los asuntos sociales y culturales indígenas, marcó el espíritu creativo de nuestro autor, quien desde entonces comienza una revalorización de la herencia precolombina de la zona del altiplano peruano-boliviano (Vich 26). Otro signo importante de la influencia que Gesta Bárbara tuvo en el autor de El pez de oro es la perspectiva continental con la que retornó de su periodo en Potosí. En el número diez de La Tea, aparecido en enero de 1919, al poco de su regreso a Puno, publica un artículo titulado “Americanismo”, en el que celebra el triunfo de la “personalidad americana” que “haciéndonos volver hacia el paisaje tutelar nos permite el conocimiento de nosotros mismos” (citado en Tamayo 256). Evoca ya desde este texto, nada más y nada menos, el proceso que reclama para la definición de la identidad americana en El pez de oro, un proceso de arraigo que recorre las raíces afirmadas en la tierra que somos nosotros mismos hacia la búsqueda interior de nuestra esencia identitaria y de su consecuente restitución. Seguir nuestras raíces, nos llevará hacia nuestra esencia nativa, arraigada a los Andes y al continente americano. Sobre El pez de oro y el proyecto estético-político que propone volveremos más adelante, pero me basta subrayar ahora que las raíces ideológicas de El pez de oro se muestran ya inmediatamente tras su paso por Gesta Bárbara. Podemos deducir, entonces, que es en Potosí donde comienza a contemplar la problemática indígena como una cuestión continental; por lo tanto, americana.
No obstante, esta militancia nativista que reclama su espacio en el discurso de nuestro autor no parece haberla extraído de su intercambio con los bárbaros. De hecho, ha sido señalada como origen de desavenencias entre Juan Cajal y Carlos Medinaceli, los integrantes más importantes del grupo. Ambos compartían las ansias por la revolución literaria, pero no su trascendencia en la política ni menos aún el tinte nativista que esgrimía el escritor peruano. El campo, la montaña, la tierra, para los dos, no significaban lo mismo. Medinaceli provenía de una familia criolla campesina empobrecida, como muchas que habían tenido que dejar el ambiente rural para habitar en la ciudad. Idealizaba el campo como lugar del origen familiar de rezagos coloniales donde los campesinos protegían costumbres y cualidades ajenas a los intereses mercantilistas que imponía la modernidad. Se trataba de una clase en extinción producto del empobrecimiento y, precisamente, del nuevo espacio que estaba siendo reivindicado por las poblaciones indígenas. Medinaceli encontraba consuelo y esperanza en la nueva nacionalidad que “fermentaba” en el campo: el “cholaje”; es decir, los hijos de criollos empobrecidos que no tenían la suerte de provenir de familias de hacendados ricos (Monasterios 2015a 103).
Podemos entender que esta proyección de las zonas rurales distaba radicalmente de la del joven integrante de Bohemia Andina que se hizo apresar por escandalizar a su ciudad con la comentada "Noche de San Juan". Por su parte, Arturo Peralta discrepaba del esteticismo que mostraban sus compañeros bárbaros. Esto es algo que no ocultó en las reseñas que les dedicaba a los libros que estos publicaban y que abordó siempre con respeto pero severidad. En el primer número de Gesta Bárbara, por ejemplo, reseña el poemario Luciérnagas del redactor Walter Dalence. Un libro de amor y desamor que Juan Cajal acusa de “optimismo blanco, que bien visto no es más que un sedimento de máxima cristiana”. A su vez, del autor dice: “Su temperamento escéptico no es el del agitador; lo es el del impulso intelectual…” y lo describe casi como un gaucho montado cuya emoción lírica produce versos apasionados que son “un rubí de sangre quechua sobre el armiño de su espíritu cristiano”; todo esto sin negar el indiscutible talento del escritor como poeta (Cajal 1918). La discrepancia entre Juan Cajal y Carlos Medinaceli y los demás miembros de Gesta Bárbara no es, por tanto, estética, sino política. Los bárbaros buscaban proponer una “marginalidad de un criollismo empobrecido y cholificado que (...) no había tenido acceso al horizonte literario” (Monasterios 2015a 103) y que no contemplaba la problemática de la marginalidad indígena que ya habitaba en Arturo Peralta.
Pese a estas discrepancias y la timidez inicial de sus participaciones, la importancia e influencia que Arturo Peralta tuvo en el grupo es indiscutible. Prueba de esto es el tercer número de Gesta Bárbara, dedicado de forma especial a honrar la memoria de Manuel González Prada, recientemente fallecido, opacando el otro evento que abordó dicho número: el aniversario de Potosí, que conmemora el levantamiento en armas de sus habitantes contra el gobernador español en 1810. Se ha interpretado como muestra del desacuerdo de Carlos Medinaceli ante esto el hecho de que haya cedido la dirección de la revista solo por este número a María Gutiérrez de Medinaceli; sin embargo, también se ha entendido que, pese a todo, si como director no impidió su aparición, fue debido a la amistad y respeto que le tenía a su amigo Arturo Peralta (Monasterio 2015a 101-102).
Después de nueve meses en Potosí, Arturo Peralta regresa a Puno para convertirse nuevamente en un “aglutinador” alrededor del cual se reúnen y encuentran talentos, intelectuales, escritores y artistas. En esta ocasión serán los orkopatas con quienes acometerá un movimiento cultural y literario que no solo marcará para siempre la escena literaria puneña, además revolucionará las letras nacionales con una vanguardia que encontrará incluso resonancia en el extranjero.
De Juan Cajal a Gamaliel Churata
Arturo Peralta regresa al Perú, luego de su experiencia potosina, a finales de 1918. El siguiente grupo que forma y lidera es fundamental tanto para la evolución de su obra y proyecto literario como para la cultura de la región de Puno y del resto del Perú. Nos referimos al grupo Orkopata, con quienes edita el Boletín Titikaka, espacio de expresión del “indigenismo vanguardista”, nomenclatura acuñada por José Carlos Mariátegui para referirse a la vanguardia que hacía desde el Altiplano andino (Aquézolo 76). Se ha postulado el año de su constitución en 1925 (Tamayo 259). No obstante, en los seis años que pasaron desde su llegada, Arturo Peralta continuó una serie de actividades literarias y emprendió varios proyectos relevantes; pero sobre todo, manifestó el proceso que lo llevará a abandonar para siempre el seudónimo de Juan Cajal y a adoptar el de Gamaliel Churata.
En 1919, edita la efímera revista Pachacutejj (1919-1920) en la coyuntura de la legalización de las ocho horas de trabajo a finales del gobierno del presidente José Pardo y Barreda, la crisis económica producto de la Primera Guerra Mundial y la ascensión al poder de Augusto B. Leguía que pretendió modernizar rápidamente al país. En este medio, nuestro autor subraya la necesidad de una alianza entre la élite intelectual y la clase obrera (Vilches 42-43). En paralelo, retoma el liderazgo de Bohemia Andina y La Tea que da un giro hacia la discusión americanista. A la vez que colabora en diversas publicaciones provinciales como, por ejemplo, Puno Lírico, Chasqui, Nervios, Kosko y se convierte en columnista de los diarios El Siglo y El Eco de Puno. Por otro lado, asume la dirección de la Biblioteca Municipal de Puno lo que le proporciona la herramienta para intervenir en la cultura de su ciudad. En esta época, Puno ocupaba un lugar privilegiado en medio de la ruta del comercio e industria de la lana desde Arequipa y el puerto de Ilo en Moquegua hacia Buenos Aires, en camino por La Paz. Arturo Peralta supo aprovechar esta circunstancia para proveer a su ciudad de la actualidad literaria y científica de Latinoamérica y Europa. En consecuencia, jóvenes con inquietudes educativas, culturales y literarias comenzaron a frecuentar la Biblioteca Municipal de Puno que “en la década del 20 constituía uno de los pocos focos de cultura y relación con el mundo exterior” (Tamayo 259).
En este periodo también emprende la redacción de Los Anales de Puno, “conjunto de crónicas, escritas entre 1922 y 1924 acerca de los sucesos más importantes de la época; época casualmente de hechos trascendentales para la historia social del país” (Churata 2015 139). El objetivo principal de estas crónicas es registrar los acontecimientos de la ciudad y proporcionar a su sociedad elementos para “conocerse a sí misma” (Monasterios 2015a 110) y para que pueda “emprender una reescritura de la historia de los conflictos indígenas” (122). Entre la serie de eventos que registra, cobran protagonismo los textos dedicados a las problemáticas y tensiones con los indígenas, generalmente orientados a denunciar la diversa violencia que padecen. Por ejemplo, las agresiones contra sus escuelas que se materializan en incendios de centros de estudio o asesinatos de estudiantes por parte de los gamonales (Churata 2015 157-158). Del mismo modo, evidencia la violencia política y legal concentrada en la prohibición del impuesto “Rama” que los indígenas pagaban para solventar los servicios de sus defensores legales y la obligatoriedad de prestar servicios forzosos gratuitos contra su voluntad (188). El texto donde se refiere a la Masacre de Huancané, titulado “La cuestión indígena”, le sirve para denunciar las salidas violentas e injustificadas que usan los representantes del gobierno ante las tensiones con los indígenas, vistos como una raza que amenaza toda la nación, así como las respuestas “fuera de la realidad” de la prensa capitalina que propone “soluciones precarias” o “quiméricas”. En este mismo texto, enuncia que estos conflictos, estos problemas, “no tienen otro origen que en la tierra” y que se trata de “un problema del ayllu” (89), cinco años antes de los postulados de Mariategui sobre este mismo tema (Monasterios 2015a 120).
Se ha querido postular el primer texto donde aparece la firma de Gamaliel Churata. Hasta el 2015, existía el consenso al afirmar que había sido en el primer número de la revista Kosko (1924), dirigida por Roberto Latorre, en donde veríamos por primera vez este nombre (Tamayo 270, Vilchis 79, Monasterios 2015a 123). Sin embargo, dos años después, Kutipa Luque anotaría que este mismo texto había aparecido un año antes, en la revista Nervios (Churata 2017), ya con la firma de Gamaliel Churata. Lo cierto es que existe un vacío documental que va desde la revista La Tea hasta Kosko (1919-1923), que hace complicado hasta ahora postular un texto primero. Más interesante nos parece rastrear los motivos del autor para tal cambio de identidad.
El mismo Gamaliel Churata explica su experiencia con los dos seudónimos: “Cuando yo me llamaba Juan Cajal (...) ya era un emotivo de la causa de los indios, pero estéticamente pertenecía al modernismo snobista. [Por el contrario,] Gamaliel Churata corresponde a la mayoría de edad en que los valores subsidiarios del espíritu son reemplazados por la necesidad orgánica de la generación. Es así como mi nombre definitivo plasma la naturaleza de mi ideología.” (citado en Monasterios 2015a 123). Juan Cajal deja de existir. En su lugar, Gamaliel Churata se presenta como la cúspide de un proceso de construcción de un pensamiento, concientización y militancia frente a la injusticia social que vive el indígena y los defectos de una modernidad mal aplicada, proceso que queda testimoniado y denunciado en muchas de las colaboraciones que hace para publicaciones provinciales y las crónicas que redacta para Los Anales de Puno, en donde se ve conminado a profundizar, reflexionar y analizar la problemática indígena. A esto podemos sumar otra circunstancia, la de haberse desempeñado como Director de la Biblioteca Municipal, ya que desde ahí pudo no solo encaminar y liderar una generación de jóvenes talentos, sino accionar una serie de intervenciones culturales y crear una red de contactos con revistas nacionales y extranjeras que le dio a sus compañeros y a él mismo la oportunidad de estar al tanto de la efervescente actualidad literaria y cultural y, por tanto, obtener un amplio horizonte en la lucha de las ideas.
El Grupo Orkopata y su Boletín Titikaka
El Grupo Orkopata nació precisamente de la coincidencia de los integrantes de Bohemia Andina con otros jóvenes puneños que frecuentaban la Biblioteca Municipal de Puno. En la década del 20 del siglo pasado, la Biblioteca ejercía de espacio de interés para aquellos que querían formarse de manera autodidacta en aquella ciudad donde no existía vida universitaria (Tamayo 259, 264). De cierta manera, el Grupo Orkopata, intentó suplir esta ausencia con “un centro casi académico, un seminario de estudios, en que todos sus miembros, bajo el magisterio de Gamaliel Churata, estudiaban y profundizaban numerosos temas de cultura: las técnicas poéticas de vanguardia, las novedades literarias, los temas históricos, políticos y sociales del momento” (idem), lecturas que el mismo Churata proveía gracias a su puesto como director de la Biblioteca Municipal. Como únicos requisitos para poder asistir al seminario, Gamaliel Churata exigía compromiso y estudio, para así elaborar informes de lectura y poder participar en los debates con otros miembros del grupo (Vich 28).
Pero si bien la Biblioteca Municipal de Puno fue el primer lugar que sirvió para congregar a los miembros, fue en Orkopata donde rápidamente comenzaron a celebrar sus reuniones. Orkopata, construcción quechua-aymara que significa “encima del cerro o la parte alta de la colina”, era un lugar a las afueras de Puno, donde se había formado un poblado y donde Arturo Peralta vivía (Vich 27). Ese lugar se convirtió en centro de reuniones y dio nombre al grupo y a sus miembros, los orkopatas [2] o “los de arriba” quienes provenían de distintos orígenes sociales, raciales, culturales y laborales. Juntos, en sus reuniones, además del trabajo intelectual “bebían chicha y licor, picchaban coca, se ponían chullos, cantaban en quechua y aymara, leían libros en voz alta, se sahumaba la habitación con incienso, y consumían picantes” (Tamayo 265). En paralelo al trabajo de estudio, realizaban, pues, estos rituales que les ayudaban a profundizar performativamente en la interpretación del conocimiento que iban adquiriendo y asimilando para proyectarlo luego a su entorno y realidad y vincularlo “a un pensamiento fraguado localmente (...). De esta forma forjaron un proyecto nacional muy particular” (Zevallos 24-27).
Tenían, según recordó el propio Gamaliel Churata, una obsesión: la de “no interpretar al indio, sino expresarlo” (Morote 65-66). Para expresarlo, había que sentirlo. Para sentirlo, había que vivirlo. Hay que entender que la mayoría de los integrantes del grupo y, en todo caso, los miembros más activos, eran mestizos letrados, sabían leer y escribir, como los muchachos de Bohemia Andina, hijos de comerciantes o intelectuales de la región. Es cierto que participaban en las sesiones indígenas, algunos analfabetos, cuya única escuela fue Orkopata según relata también el autor, a quienes a su regreso de Bolivia, después de su exilio de treinta años, encontró convertidos en periodistas, industriales, “hombres de una gran personalidad” (idem). Es cierto también que los orkopatas hicieron el esfuerzo de sentir y vivir al indígena, de vivir, pensar y escribir “con los indios y en indio” (Morote 66), que además de las performances de interpretación que realizaban profundizaron en la cultura andina. Algunos miembros hicieron el esfuerzo de “indigenizarse”, como el propio Gamaliel Churata quien adopta costumbres, incluso alimenticias, de los indígenas, “ya que tomaba a las 7 am. el almuerzo, a las 12 m. la merienda y a las 5 pm. la cena, y todos los alimentos se servían en chúas de barro, porque Churata desterró los platos de porcelana” (Tamayo 271). No obstante, pese a todo, los orkopatas mestizos no hicieron más que actuar como “indios”, sin poder realmente realizar su empeño por no interpretarlo; porque simplemente no eran “indios”. Vivieron, eso sí, el “complejo indigenista” de su pueblo (idem) y crearon un discurso y literatura que difundieron a través del Boletín Titikaka, órgano de expresión de la estética e ideas políticas de este grupo. La importancia de su intervención llegó a marcar la literatura peruana al hacer vanguardia indigenista. Pero, además, intervinieron en la redacción del discurso nacional del Perú al introducir un nuevo agente en el debate indigenista: la voz del intelectual periférico y marginal, específicamente aquel intelectual puneño que se sabía subalterno y que hizo un esfuerzo por subvertir esta situación.
Entre los elementos que tenía a su favor este intelectual, se contaba su ubicación privilegiada que le permitió ser testigo directo o indirecto pero en todo caso hacer de vocero del indígena, de comunicador de los sucesos e injusticias padecidas por este, así como de las consecuencias de la apresurada y mala implantación de la modernidad en la región. Para ello, el Grupo Orkopata buscó reescribir el discurso institucional y las “narrativas de satanización” acerca de las iniciativas indígenas, que los gamonales se habían encargado de difundir y que habían traído consecuencias trágicas (Zevallos 32). Se autodenominaron, pues, intermediarios, proponiendo asimismo alternativas para la implantación de la modernidad a la vez que criticaban el proceso de modernización en “un discurso de representación ambiguo y contradictorio” (Zevallos 26). Los orkopatas eran conscientes de su condición periférica, en tanto regional y aislada, eran testigos de los aspectos negativos que el proceso de modernización había generado y de la manera en que el estado se mostraba incapaz de resolverlos y vieron cómo esta situación los perjudicaba directamente a ellos mismos ya que los colocaba, frente a la ofensiva cultural y económica, en una posición subalterna (Zevallos 33-34). Ante esta situación, emprendieron un proyecto que plasmaron en el Boletín Titikaka, como representantes de las poblaciones quechuas y aymaras de Puno, que elaboró un discurso tanto de representación del indígena como de autorepresentación (idem).
El Boletín Titikaka se publicó mensualmente desde agosto de 1926 hasta agosto de 1929, en que apareció su número treinta y dos. A continuación, se rompe esta periodicidad y no es hasta el año siguiente en que lanzan su último número, el número treinta y cuatro, dedicado a José Carlos Mariátegui, que recientemente había muerto. Este órgano de difusión de los postulados de los orkopatas fue posible gracias al liderazgo y dirección de Gamaliel Churata quien, desde su puesto de director de la Biblioteca Municipal, logró reunir jóvenes intelectuales puneños y conformar un grupo de talentos, adquirir una vasta bibliografía de actualidad literaria y de pensamiento que posibilitó la formación e inspiración de sus miembros; asimismo, crear una red de contactos, de intercambio y canjes de publicaciones y correspondencia que favoreció la difusión internacional de los planteamientos estéticos y políticos del grupo. Hay estudios que han detallado tanto los canjes de revistas y publicaciones que realizaron los orkopatas a través del boletín así como los autores nacionales y extranjeros que aparecieron en este (Tamayo 1982, Vich 2000); nos basta mencionar que entre los canjes se encuentran revistas de diez países latinoamericanos y de países europeos como España y Francia y que entre los escritores que firman sus páginas se tiene a Mario de Andrade, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Juana Ibarbourou, Carlos Medinaceli, Pablo de Rokha, entre muchos otros.
Podemos decir, entonces, que Gamaliel Churata elaboró un programa de intervención cultural que contaba con su propia estrategia de publicidad y comunicación para subvertir la situación subalterna en que se encontraban tanto él como el resto de orkopatas como intelectuales del Titikaka, reposicionarlos y participar en conjunto de la redacción del discurso nacional y continental. De hecho, la publicación nació como ente publicitador de los libros de la Editorial Titikaka, cuyo primer lanzamiento fue Ande, de Arturo Peralta, hermano de Gamaliel Churata, poemario que rápidamente abrió la puerta del “indigenismo vanguardista”. Poco a poco fueron ampliando el contenido y, además de órgano de difusión editorial, pasó a hacer de órgano de intervención gracias a las ideas culturales y políticas que allí divulgaron. Desde esa trinchera, plantearon su discurso autoctonista de indigenismo vernáculo, inédito y de vanguardia, un “rescate de la tradición que debía emprenderse desde la óptica moderna” (Vich 2000 52). Esto, por un lado, a través de su estética vanguardista o “arte nuevo” que daba forma moderna a la emoción andina. Por el otro, interviniendo en el debate nacional indigenista desde múltiples frentes: no solo políticos o económicos, sino también pedagógicos, artísticos y lingüísticos desde una óptica andinista que colocaba al “nuevo indio” como sujeto central. Este hombre nuevo, este ciudadano nuevo, este “nuevo indio” sería el catalizador y canalizador del impulso americanista de raíces telúricas que propiciaría en el habitante americano la independencia cultural. La vanguardia orkopata, plasmada en el Boletín Titikaka, ilustra un acto de independencia identitaria que se arraiga a la tierra a través de ese “nuevo indio” y adquiere resonancia continental en el americanismo. Por eso la urgencia de los orkopatas por no interpretar al “indio”, sino vivirlo: un acto de autorepresentación de objetivo imposible. El vanguardismo orkopata fue un indigenismo de vanguardia que, pese a sus esfuerzos de autorepresentarse como indígenas, solo pudieron “hablar por” los indígenas a través de sus denuncias y reivindicaciones y “hablar acerca” por medio de la representación estética o mimética del indígena en la literatura que produjeron y difundieron (Zevallos 32). En otras palabras, no pudieron superar las limitaciones del indigenismo, aunque sí ampliarlo.
Gamaliel Churata en la época de Juan Cajal [Gonzales 2009]
Fin del Boletín Titikaka y exilio boliviano
El último número del Boletín Titikaka fue publicado en 1930. Se trata, como ya lo hemos mencionado, de un homenaje a la figura y memoria de José Carlos Mariátegui. El número, si bien no imprime el mes de su lanzamiento, evidentemente debió aparecer después del 16 de abril, fecha de la muerte del pensador peruano. Tamayo Herrera afirma que este número fue publicado en agosto (259), precisamente el mes en que cae el gobierno de Augusto B. Leguía a causa del levantamiento militar encabezado por el general Luis Sánchez Cerro. Es una época convulsa e inestable que padecía las consecuencias de la crisis mundial de 1929 y, por tanto, el descontento social. Ese año, 1930, vio desaparecer o fracasar muchas revistas literarias (Wise 92); entre ellas, la entonces agonizante Boletín Titikaka no fue una excepción. En todo caso, los orkopatas tomaron un último aliento para editar su número 34 y dedicarlo por entero a celebrar la vida y obra del fundador del Partido Socialista Peruano, al que consideraban “uno de sus buenos amigos” (Boletín Titikaka N° 34).
Sin embargo, si bien Gamaliel Churata fue un entusiasta de los partidos de izquierda y socialistas, no se conoce que haya militado o estado inscrito en alguno (Wise 95). La manera efusiva como siempre solía referirse a los partidos de izquierda, en particular, este número dedicado a Mariátegui, probablemente haya colaborado a crear la idea o “mito” de que Gamaliel Churata era comunista. Se decía que había sido secretario del Partido Comunista de Puno y que había colaborado a formar una célula comunista indígena (Tamayo 253). Lo cierto es que más que la celebración de ideas afines, no se encuentra en el Boletín Titikaka ni en la literatura de Churata de la época “ni una teoría marxista madura ni una labor proselitista intensa” (Tamayo 269). Otro punto que discutirá la militancia de Gamaliel Churata en el socialismo y comunismo es que también mostró simpatía por el Partido Aprista Peruano y las ideas de Víctor Raúl Haya de la Torre (Tamayo 253). Ya desde el primer número del boletín, por ejemplo, se puede observar que el Partido Aprista tiene cabida en sus páginas. Tal vez la simpatía que sentía hacia este partido y hacía pública se debió a la influencia y al probado acercamiento de su maestro y entonces diputado, José Antonio Encinas, al partido de Haya de la Torre. De hecho, en 1923, ambos se ven involucrados en una insurgencia civil que finaliza, entre otras cosas, con la deportación de Encinas.
Gamaliel Churata, como todo visionario, siempre manifestó una perspectiva del hecho cultural y político que trascendía su época. En la época del Boletín Titikaka, su objetivo era andinista, indoeuropeo y americanista. Buscaba la reformulación identitaria americana sustentada en el indigenismo o vanguardismo vernáculo que interpretaba en la figura del “nuevo indio”, en analogía con el “hombre nuevo” socialista, la esperanza del continente. Celebró, entonces, las ideologías que de alguna manera o en algún determinado momento se alinearon, convergieron o coincidieron con su programa. De hecho, seis años después de dejar el Perú para exiliarse en Bolivia, su aprecio por el Partido Aprista había cambiado y lo dejó en evidencia en un artículo en donde se refiere a este como “una traición al proletariado y de otra parte desde el punto de vista del Perú es un menjunje de difícil digestión (...), el APRA no solamente no es un partido revolucionario ni de izquierda, es un partido que representa el colonialismo de la costa. Nada menos indoamericano que Hitler y el APRA es típica y fundamentalmente hitleriana” (Tamayo 277).
No obstante, estas simpatías con los partidos de izquierda y el APRA le jugaron en contra. Con la ascensión al poder de Sánchez Cerro, comenzaría una serie de acoso y persecución a los militantes y simpatizantes. Tras una huelga de los alumnos del Colegio San Carlos, en 1930, de la que se le acusa de ser el instigador, es despedido del puesto de profesor que tenía en ese centro de estudios. Más “intrigas lugareñas” (Tamayo 272), serán la causa de su destitución del cargo de director de la Biblioteca Municipal de Puno, en 1932, cargo que ostentaba desde hacía diez años. A continuación, su domicilio fue allanado por la policía, su biblioteca personal confiscada. Aquí nace la leyenda de un primer manuscrito de El pez de oro perdido. Lo cierto es que Gamaliel Churata, ante todo este acoso, se va del Perú para exiliarse en Bolivia, específicamente en La Paz, “foco intelectual que dirigía la mentalidad del altiplano entero” (Wise 93) y donde permanecerá por treinta años.
Conclusiones
En este repaso por la vida y producción de juventud de Gamaliel Churata, hemos visto que, debido a su entorno familiar y social, la época y región convulsas en las que vivió, la educación escolar que recibió, forjó su personalidad como indigenista; es decir, un intelectual que toma la posición del indígena para reclamar por sus derechos, denunciar las injusticias y proponer soluciones para la llamada “cuestión indígena”. En la búsqueda por encontrar su propio discurso, hemos constatado que, además de ejercer como colaborador de revistas y periodista, formó y lideró grupos literarios, editó y dirigió revistas en los dos lados del altiplano; de los que resaltamos: el grupo Bohemia Andina y la revista La Tea, en Puno, Perú, y el Grupo Gesta Bárbara y la revista homónima, en Potosí, Bolivia.
También en Puno, vivió dos experiencias que marcarían profundamente su vida. Por un lado, su labor como cronista de la ciudad, tuvo como resultado la colección titulada Anales de Puno. La redacción de este proyecto lo conminó a profundizar aún más en la violencia e injusticias que padecían las poblaciones indígenas y a cubrir sucesos como asesinatos y masacres. A la vez, lo llevó a testimoniar las fallas de la implantación de la modernidad que el gobierno de Leguía se había propuesto como objetivo impostergable. Por otro lado, en paralelo ejerció como director de la Biblioteca Municipal de Puno, lo que le dio la oportunidad además de ampliar el catálogo de la biblioteca con la adquisición de la producción intelectual y literaria más actual de su momento, la de nutrirse de esta actualidad y nutrir culturalmente a los jóvenes e interesados puneños quienes encontraron en la Biblioteca Municipal el lugar para suplir la carencia de una vida universitaria en la ciudad.
Gamaliel Churata, marcado por todos estos eventos y circunstancias, vuelve a aglutinar un grupo de talentos. Funda el Grupo Orkopata, con quienes termina de diseñar un posicionamiento sobre la problemática indígena y lanza la publicación periódica, Boletín Titikaka, que se convierte en vehículo de difusión de los planteamientos estéticos y sociales del grupo. Entre las características principales de esta propuesta, podemos mencionar que generan un nuevo agente en los debates indigenistas que irrumpe con la intención de intervenir en la redacción del discurso nacional. Este nuevo agente es el intelectual orkopata que se nombra a sí mismo representante y vocero de la comunidad indígena de Puno. Los orkopatas logran introducir en el discurso nacional, un interventor regional extra-capitalino que habla desde su posición regional con voz marginal y subalterna.
Otro aspecto que irrumpe con los orkopatas en el escenario cultural peruano es la experiencia estética renovada con la que revisten la literatura indigenista. Nos referimos al indigenismo de vanguardia o vanguardia indigenista que pretendió (y logró) darle estilo moderno a la expresión poética de la emoción andina. De hecho, el Boletín Titikaka nace como órgano de difusión de la Editorial Titikaka que recientemente había publicado el poemario Ande de Alejandro Peralta, poemario que se inscribe dentro del indigenismo de vanguardia. Rápidamente, esta propuesta estética encuentra resonancia en el Perú y en el extranjero gracias a la red de distribución y canje de publicaciones que Gameliel Churata había construido desde su despacho como director de la Biblioteca Municipal de Puno. Consigue, pues, transformar el boletín en medio efectivo de difusión de los postulados del grupo.
No obstante, lo que pretendieron, a continuación, más que hacer de voceros o expresar al indígena y representarlo, fue “vivirlo”; lo que quiere decir transmutarse en “indios”. Para ello, además de introducirse en la cultura y sabiduría andina a través de libros, invitaron a las sesiones de los orkopatas a indígenas, algunos iletrados, para aprender de ellos; así como realizaron performances de inspiración andina, interpretaron cantos y danzas con el objetivo de aprehender la sensibilidad del indígena; algunos, incluso, adquirieron costumbres indígenas, como el mismo Gamaliel Churata, quien, como hemos explicado, adoptó hábitos alimenticios de los indígenas. El Grupo Orkopata, pues, pretendió llevar al indigenismo a otro nivel a través de su radicalidad transmimética utópica que, como toda utopía, estaba condenada de antemano al fracaso. Los intelectuales de Orkopata, provenientes de familias de comerciantes mestizas, pese a todos sus intentos, solo pudieron representar al indígena porque no eran indígenas. Su gesta utópica sirvió, sin embargo, para abrir nuevas vías de reflexión que ampliaron el imaginario de lo “indio” en el Perú y de la interacción de las castas intelectuales con este, así como presagiaron el fracaso esencial de los indigenismos peruanos.
El indigenismo de Orkopata nunca fue estático; más bien fue mudando y enriqueciéndose con los avances del pensamiento y los cambios políticos de los que fueron contemporáneos. Mostraron, pues, un expreso posicionamiento anti-militante, aunque nunca ocultaron sus simpatías políticas cuando estas coincidían con su programa indigenista de vanguardia. Los orkopatas fueron, en mayor o menor medida, intelectuales independientes de ataduras políticas y de ideas que buscaban la solución al problema que les interesaba resolver. Simpatizaron con el socialismo y el aprismo peruanos, aparentemente difíciles de converger. Reconocieron, asimismo, que la problemática del indígena era, en el fondo, una problemática continental. Fueron seducidos por la retórica indoamericana, panamericana y americanista. El desarrollo de la construcción de su discurso acabó trascendiendo la visión indigenista del problema para adquirir una visión continental de ella. El americano, entonces, tenía que redescubrir sus raíces que estaban arraigadas a la tierra andina para, a continuación, reinvindicarlas y reasimilarlas. A través de este procedimiento, el habitante de América podría por fin conciliar pasado, presente y emprender su futuro.
Gamaliel Churata, cuando abandona el país por el hostigamiento que vivió durante el gobierno de Sánchez Cerro, lo hace sabiendo del fracaso al que estaba condenado el indigenismo, por más vanguardista, radicalizado o extremo que hubiera intentado practicarse. Lo que no quiere decir que se haya desentendido de la problemática de injusticia ni de violencia que el indígena padecía. Siempre posicionándose del lado del indígena, continuó interviniendo desde el periodismo y la política en su país de acogida (Gonzales, Vilchis, Monasterios 2015b). No obstante, las soluciones que comenzaría a proponer fueron, entonces, de carácter americanista de raíces andinas. Sobre esta vía de investigación y reflexión es que procurará diseñar una nueva propuesta estético-política útil para la emancipación identitaria del continente; propuesta que veremos plasmada en El pez de oro y Resurrección de los muertos.
Notas
[1] Según testimonio del propio Gamaliel Churata, empezó a escribir El pez de oro desde su etapa peruana, incluso desde muy joven (Morote, 1989). Una versión inicial de este proyecto habría desaparecido en la intervención a su casa, durante el gobierno de Sanchez Cerro, por parte de la policía (1932). En esa ocasión, requisaron su biblioteca, probablemente con dicho manuscrito. No obstante, si existió, esta versión fue desaparecida o nunca ha sido encontrada. Gamaliel Churata tuvo, entonces, que escribir desde cero este libro en Bolivia, donde se refugió ese mismo año. Mucho tiempo después, otra versión del manuscrito, ya finalizado, sería quemada y desaparecida por un ataque de “marejada fascista” a la imprenta del SPIC, de La Paz (Churata, 2012). Después de este suceso, Gamaliel Churata reescribió nuevamente la versión, esta vez definitiva, de El pez de oro, publicada en 1957.
[2] Hay que destacar que la nomenclatura “orkopatas”, para referirse a los miembros del grupo, es aparentemente una denominación posterior a la existencia del Grupo Orkopata. En el Boletín Titikaka, no hay referencia ni uso de este término.
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LM Hermoza
[Trujillo, Perú] Es licenciado en Filología Románica, Máster en Letras y Máster en E-learning, Doctorando en literatura hispanoamericana. Ha vivido en Perú, en España y Francia. Lideró la Agrupación cornelista: por un planeta sin humanos, con la que publicó fanzines y realizó recitales y performances en Barcelona y París. Dirigió la revista de literatura La Siega. Co-dirigió 2+. Formó parte del consejo de redacción de la revista Paralelo Sur. Ha publicado, en poesía, Trilogía del signo (2021), que reúne sus tres libros de poesía aparecidos en ediciones ultralimitadas en Londres, Ciudad de México, Lima y Mánchester. En narrativa, ha publicado la novela La madre rata (2020), cuya versión preliminar quedó finalista en dos concursos. Es codirector de esta revista que lees, o sea OJOXOJO. Web personal: lmhermoza.net.